Dirección: Peter Jackson Guión: P. Jackson, G. del Toro y Fran Walsh a partir del relato de Tolkien Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Andy Serkis, Cate Blanchett, Elijah Wood Nacionalidad: Nueva Zelanda. 2012 Duración: 169 minutos
Por un golpe de azar, se acaba de estrenar El Hobbit dirigido por Peter Jackson, justo cuando acaba de hacerse pública la noticia del hallazgo de uno de los primeros cuentos de Hans Christian Andersen. La coincidencia que se provoca entre ambas noticias apenas es un leve gesto. Andersen, uno de los narradores de cuentos cuya fantasía ha acunado los sueños y pesadillas de más niños de todo el mundo, imaginó en ese relato primigenio recién descubierto la historia de una vela desdichada por no saber cuál era el sentido de su existencia. Cuando una cerilla prendió su mecha, la protagonista del cuento de un Andersen casi adolescente se iluminó y supo cuál era la razón de su existencia.
El Hobbit empieza así, con una llama que pone en marcha la nueva incursión de Peter Jackson en el universo de Tolkien, uno de los autores de cuentos del siglo XX más prestigiado y reconocido de nuestro tiempo. Con la sombra de la trilogía de El señor de los anillos proyectando una inevitable comparación, con mucha información al respecto y con la condena de tener que ver cómo se emplean casi nueve horas en adaptar un relato que Tolkien resolvió en menos páginas que cualquiera de las tres entregadas de su trilogía, la visión de las aventuras de Bilbo se ven indefectiblemente contaminadas por todo ello.
La cuestión es que Jackson, lógicamente cansado de tanto batallar con enanos, elfos, magos y monstruos, había acordado que Guillermo del Toro fuera el responsable de esta precuela, pues al fin y al cabo, en las aventuras de Bilbo yace el verdadero origen del famoso anillo. También aquí, en El Hobbit, estaba Gollum, el personaje fundamental del universo tolkiano, el ángel caído, testigo de cargo, clave y espina vertebral sobre quien gira todo. Como se ha repetido hasta la saciedad, los retrasos inevitables en el comienzo del rodaje, la incertidumbre sobre la viabilidad del proyecto, provocó la marcha de Guillermo del Toro y forzó que Jackson asumiera su destino. Y lo que Jackson ha realizado se ajusta perfectamente a lo que a priori cabría haber esperado.
El Hobbit, como acontece en la letra impresa, aparece como un relato menos solemne y épico, más fresco, menos trascendente y sin duda mucho más ligero. Jackson ha cubierto los tres aspectos primeros, pero por razones oscuras que tienen que ver con la rentabilidad económica y la especulación, traiciona el fundamento inicial de la ligereza y reconvierte su hobbit en un filme alargado, preso de una morosidad injustificada y sólo salvada por la eficacia de la mejora en los efectos especiales, el magnetismo del Gollum y ese capítulo impagable que es lo mejor de la película, y ya era lo mejor del libro, que es el episodio de los acertijos.
En su operación de alargamiento, Jackson ha echado mano de toda la imaginería tolkiana y ha dado entrada en su hobbit a personajes que no aparecían en su versión original, aunque ciertamente pertenecen al imaginario de su autor. En realidad, con todo ello y para ello, Jackson transforma lo que debía ser el origen de su aclamada, vibrante y magnífica trilogía en una suerte de reciclaje clónico. Solo que aquí, la expedición de los trece enanos acompañados por el pequeño Bilbo bajo la seductora manipulación de Gandalf, se vislumbra hueca y reiterativa; probablemente innecesaria cuando podía haber sido un prólogo de lujo.