Barcelona. El escritor madrileño Lorenzo Silva, ganador del Premio Planeta, el mejor dotado en lengua castellana, con la novela La marca del meridiano, dice que la novela negra es quizá "el género más adecuado para reflejar los problemas morales y éticos que sufren las sociedades, especialmente en época de crisis".

En una entrevista con Efe, Silva, el último literato distinguido con este prestigioso galardón cuya cuantía asciende a 601.000 euros, señala que "la novela negra tiene la ventaja de que, aparte de los conflictos concretos y de las situaciones reales que terminan en un crimen, reflejan muy bien la sociedad". Precisa el autor que "hay determinados momentos en la vida de las sociedades que son más interesantes desde el punto de vista de la novela negra, porque generan más historias criminales y una situación en la que esas historias tienen más fuerza".

Por el contrario, en los momentos de abundancia, aunque también hay criminalidad, los ciudadanos la viven "más de una forma amortiguada, ya que la abundancia -afirma- adormece los sentidos". Desde el punto de vista de los que investigan los crímenes, la crisis también tiene un efecto inmediato, ya que "los agentes trabajan con menos medios".

Buena parte de las novelas del brigada Bevilacqua y su inseparable compañera, la sargento Chamorro -la que ha ganado el Planeta es la séptima entrega de la popular serie, recuerda Silva, se han desarrollado en época de prosperidad, "con coches nuevos cada año, y ahora vuelven a utilizar coches requisados a los narcos".

La gran ventaja que tiene el género negro, subraya, es puede "abordar cuestiones que afectan a la sociedad con un enfoque muy concreto. En la novela negra está fuera de lugar entrar en abstracciones, en grandes discursos, sino que vas a la médula de las situaciones humanas, que son las que tienen más fuerza y que no necesariamente son las que están en los medios". Lorenzo Silva no oculta cierta perplejidad al ver que "en los medios de comunicación no aparezcan tanto los 300 desahucios que hay cada día y, en cambio, sí el diferencial de la deuda, que no deja de ser una abstracción".

El lector habitual de la serie del brigada Bevilacqua y la sargento Chamorro va a encontrar en La marca del meridiano a unos personajes "un poco mayores, como pasa en cada novela, más serenos que en la anterior, con un Bevilacqua que se ha vuelto un poco más filosófico". Frente a esos protagonistas habituales, Silva destaca una galería de nuevos personajes, entre ellos "un hallazgo literario": un guardia civil de asuntos internos que se dedica a perseguir a guardias civiles delincuentes.

Este personaje le da mucho juego, porque "es la primera vez que Bevilacqua cuenta con un hombre de la misma edad, de su misma experiencia, del mismo grado, alguien con el que verdaderamente puede hablar de igual a igual".

En esos 17 años de convivencia del autor con sus personajes, Silva percibe con interés "cómo en la relación entre ambos los dos se han ido contaminando entre ellos, hasta el punto de que la Chamorro de ahora tiene mucho de Bevilacqua y el Bevilacqua actual también tiene de Chamorro, y en cierto modo en esta novela alcanzan un equilibrio".

En las primeras novelas la relación era muy "asimétrica", pues Bevilacqua era más experto, listo y vivo que Chamorro y ahora la relación es de igual a igual. "Ninguno quiere jugar una ventaja y él ha renunciado a tutelar a su compañera, e incluso puede pasar al revés, que sea ella la que lo tutele a él".

Esa relación entre Bevilacqua y Chamorro es, para su autor, similar a la que existe entre Don Quijote y Sancho, "una pareja capaz de sostener el diálogo de la humanidad, en la que el idealista acaba siendo más pragmático y el pragmático acaba siendo idealista".

No ve un final próximo a esta serie y, de hecho, confiesa que tiene media docena de tramas en la cabeza, entre ellas "un par de historias del pasado de Bevilacqua pendientes". En esta novela sale bastante de su pasado en Barcelona, pero queda otra parte que Silva querría contar: "Me gustaría hacer algo sobre la Barcelona de los años previos y posteriores a los Juegos Olímpicos de 1992, que es cuando Bevilacqua está en la ciudad".