La música no conoce de horarios, pero siempre ha tenido una querencia nocturna. Tuve el privilegio de asistir hace años a un concierto matinal de Javier Krahe en la universidad y se confesaba absolutamente desubicado, más que la costa suiza a la que cantaba. La música no conoce de horarios, pero quizás, más que ningún género, el jazz ha reclamado la esfera que va más allá de la medianoche como suya. Pero, bien sea por el grillo que nos acompaña -cri-cri-crisis- o por la asunción de nuevos hábitos europeos -¿desde cuándo somos tan europeos?-, las noches del comienzo semanal por los bares de la ciudad no han sido lo que eran. Un nuevo tempo, el del mediodía, reclama la atención. Y el totem del hotel, como siempre, es inamovible.
Algunos baluartes, sin embargo, tiran de oficio. Esencial y adicta al in crescendo recibe la voz de Carla Sevilla a todo aquel que cruza las puertas del Alkartetxe, quizás el que más fuerte se ha hecho en la noche de la siempre referencial calle San Prudencio. Las baquetas de Ángel Celada expanden su sonido en un local que no es precisamente el mejor para hacer música, pero la calidad y la calidez hacen que uno se acostumbre rápido a la acústica de temas con sabor a pop y rock, coloreados por el teclado de Koldo Uriarte e, incluso, bailados por muchos. Boots made for walking, And for dancing... Mejor, como sabe Carla, con los pies descalzos.
El reclamo también es el baile en el vecino Molly Malone, que vuelve a contar con Iñaki Arakistain como fuerza musical, este año acompañado de la voz de Susan Martin. Nunca falla el público en el Molly, pero este año hay más huecos. We are family, pero menos. Se nota. A pesar de que el nivel de los músicos proponga como siempre. En segunda fila de escenario, se escucha un slap perfecto. Es Gere, que acomete la línea de Another one bites the dust. Queen. O King. Sublime.
En el World Music no falla Quique Guzmán, ni los tonos instrumentales esquivan su cita con el Man in the Moon. Los discjockeys dibujan la apuesta nocturna del Dublín -por la tarde, órdago en la calle-, pero en todos los locales se espera con ansia el fin de semana. Las noches -incluso con Celada- están desangeladas. Sólo el hotel se salva, hospedando como siempre a los peregrinos de Mendi, o a quienes, directamente, han apostado por las noches de versiones de The Pink Turtle y por un Jonathan Batiste que parece ubicuo, bien improvisando en La Florida con la itinerante Shaking All, bien subiéndose con Soul Rebels. La melódica del pianista gusta de las brass band. Sus pies, del baile.
Por el día se baila menos, pero se escucha mucho. En el O´Connors, las sillas de la terraza se han vuelto a la fachada, donde el Arturo Blasco Quartet juega a la delicia con clientes y viandantes. No falla el centenar -mínimo- de espectadores en ese pequeño paraíso que es Falerina. Hor dago musika! La trajo Hasier Oleaga con su nuevo combo y la servía ayer Makala -aroma de chuletón de fondo- a base de versiones explicadas. No son The Meters... pero le meten caña.
Hasta la hornacina acompaña el sonido del jardín, concatenándose con Doc Scanlon's Cool Cats, que le sacan al jazz ese sonido que podemos relacionar con las películas de Woody Allen. Será que llega Korterraza. Así sí que da gusto comer. Por la tarde, bailar. Y llega la noche. Esperemos que en este último tramo los gatos sean un poco más pardos. La semana lo merece. Aunque la música no conozca de horarios.