Vitoria. Primera cita en Mendizorroza la del lunes por la noche para vivir un único concierto dividido en dos partes protagonizado por el grupo norteamericano Sweet Honey in the Rock, que regresaba al Festival de Jazz de Gasteiz después de dos décadas con algunos cambios en su formación pero con el mismo espíritu de antaño. Algo de calor y buen ambiente reinaron en un día inaugural que supuso para unos cuantos reencontrarse con compañeros de certamen a los que se ve casi cada doce meses, sobre todo en el caso de los que vienen de fuera de tierras alavesas.

Entre saludos y comentarios iniciales (más sobre la crisis que sobre la música o el cartel de este año), el público se preparó para encontrarse con la tradicional Noche de Gospel, aunque esta vez, como era previsible, hubo menos iglesia y más de otras cosas, lo cual evitó tener que escuchar temas repetidos hasta la saciedad para encontrarse con un grupo vocal que sabe lo que hace, aunque al recital le faltaron determinados detalles para ser del todo redondo. De hecho, después de dos horas con 18 temas hubo un breve bis (que tuvo su continuación en los vestuarios) y adiós muy buenas.

De las cualidades del grupo no hay mucho que decir porque no son un secreto. Y las cinco cantantes estuvieron correctas en todo momento, a pesar de dejar tiempos muertos demasiado largos entre las canciones y de sentirse mucho más cómodas en los tonos graves que en los agudos. De hecho, ofrecieron instantes de gran brillantez cuando África apareció, algo que por fortuna sucedió bastante.

Ahí sí, en canciones como Denko, el combo alcanzó un nivel superior poniendo en valor una música a la que, por desgracia, se le da mucho la espalda, aquella que viene del continente negro. Ello sin menospreciar regalos sonoros pero también filosóficos como When I die.

Sin embargo, no toda la sesión llegó a esos picos y eso hizo que, aunque dentro de un tono general aceptable, el concierto diera la sensación de no terminar de completar su propósito.

¿Y el público? Pues Mendizorroza mostró una cara más aceptable de lo previsto hace unos días, con algo más de media entrada y gente dispuesta a dejarse llevar. Es más, en la primera parte, el respetable tuvo que afinar lo suyo para, también en clave africana, interpretar un tema a capella a distintas voces que, todo hay que decirlo, no sonó mal.

Por lo demás, aplaudió (incluso al técnico que tuvo que salir al escenario por un pequeño problema con un pie de micro) y recibió con gusto la propuesta del grupo, pero sin llegar a emocionarse del todo. Agradeció con entusiasmo los constantes intentos por hablar en castellano de las cantantes y fueron muchos los ojos que durante las casi dos horas de concierto no pudieron apartar la mirada del trabajo realizado por Shirley Childress Saxton en la traducción de cada tema al lenguaje de signos.

Su labor, aunque ya conocida dentro del combo y sin teórico sentido en Vitoria puesto que las lenguas de señas son diferentes tanto en el léxico como en la gramática, merece una mención aparte porque si difícil es hacer música y no digamos buena, parece casi imposible transmitir su interpretación, y toda la emoción que conlleva, a aquellos que no pueden escucharla, algo que ella, por lo menos en apariencia, sí alcanza.

Más allá de los cambios de vestuario, de la utilización de algún que otro instrumento que no fuera la voz, de las referencias de las cantantes a sus perfiles de Facebook y Twitter, y de otras consideraciones, la primera noche pisó con fuerza cuando viajó a África.