"Un día de aúpa". Es lo que le aguardaba ayer a Eduardo Mendoza, inmerso en la promoción de El enredo de la bolsa y la vida, una historia que, como las otras que protagoniza este investigador, se convierte en crónica de su tiempo. Un tiempo que el autor catalán observa con preocupación y que considera "peligroso" por la desarticulación de un "sistema de convivencia" que era de todos y del que se van desgajando piezas no hace mucho intocables.
¿Cuándo decidió que había llegado el momento de narrar una nueva aventura del detective loco?
Pues casi no lo decido. Es como si estuviera en casa trabajando, llamaran a la puerta y fuera este detective diciéndome "venga, vamos a la calle que tenemos que hacer una cosa" y yo voy detrás de él.
¿Inevitablemente?
Inevitablemente. Empiezo sin saber muy bien qué es lo que va a pasar y de pronto me encuentro metido en estas absurdas peripecias y la verdad es que pasándolo muy bien.
Leyendo estas novelas se nota que disfruta escribiéndolas.
Sí, sí, tiene la ventaja de que cuanto más absurdo sea todo, mejor funciona. Y, claro, buscar lo peor siempre es más divertido que buscar lo mejor.
Lo cierto es que ahora mismo vivimos un fenomenal enredo de la bolsa o la vida, o, mejor dicho, la bolsa nos está enredando la vida.
Así es. Y me temo que la cosa va a peor. Hasta ahora parecía que eran dos cosas distintas, la bolsa iba por su lado y la vida por otro, y hemos descubierto que son lo mismo. Antes decíamos cosas tan absurdas como que el dinero no da felicidad, pues anda que la falta de dinero, ya me dirás... Lo peor no es tanto la prima de riesgo y el Banco Central Europeo, que allá se las compongan, como el momento en que esto llega a sus últimas consecuencias y resulta que una persona tiene que cerrar su negocio, otra se queda sin trabajo...
Precisamente, es en este contexto tan tremendo donde ubica a estos peculiares personajes.
Los personajes son los de siempre, esa especie de fauna urbana de la que creo que todos tenemos algo. En nuestros genes, estemos al nivel que estemos, todos tenemos un poco de este animal de raza confusa que vive en los rincones de las ciudades. Estos personajes se adaptan a las circunstancias, cuentan su vida y se ayudan como pueden.
Esta particular banda intentará desarticular un atentado contra Angela Merkel, nada menos.
(Ríe) Sí, esa es la parte de intriga de la novela. Me hacía gracia poner al personaje quizá más destacado de la situación económica del momento, como es Angela Merkel, que es la que lleva la batuta de la economía europea, en compañía de estos pobres diablos, una estatua viviente, uno que toca el acordeón, otro con un restaurante vacío... Y que entre todos le paguen un desayuno porque... Mejor no cuento más del argumento (ríe).
¿Pretende con esta serie de novelas, más que con el resto, escribir crónicas de su tiempo?
En las otras novelas que he escrito, más ambiciosas y, sobre todo, más voluminosas siempre he tratado momentos históricos más bien próximos. No me interesa la historia antigua como tema literario, aunque sí la más cercana, como los momentos fundacionales de la ciudad de Barcelona, el período anterior a la Guerra Civil... Y para el apunte diario, para la caricatura del momento me parece que este tono de farsa, de esperpento, este espejo deformante es más adecuado para reflejar lo que está pasando, porque al exagerar los rasgos se pone más de manifiesto lo que pasa. A veces un solo detalle llevado al absurdo explica más que varias páginas de análisis.
Hablando de esperpento, yo no sé si comería en un restaurante que se llama Se vende perro.
(Carcajada). Los nombres de las personas y de los locales están pensados un poco en función de su efecto descriptivo. En el caso del restaurante, estuve buscando nombres y le puse varios hasta que se me ocurrió este y me parecía que con eso ya no hacía falta describir la cocina, claro...
¿Y no piensa ponerle nombre al detective? Para mucha gente ya se llama Ceferino.
Veo que el hecho de que no haya publicado su nombre crea una gran angustia entre los lectores. Incluso me esperan a la salida de los actos públicos y casi me amenazan para que les diga cómo se llama, como si tuviera su DNI escondido en el bolsillo y no lo quisiera revelar (ríe). La verdad es que empecé con el personaje sin nombre y decidí dejarlo así. Sé que le han puesto un nombre, pero no es el suyo, y lo puedo afirmar porque lo sé...
Con nombre o sin él, en más de una ocasión ha confesado que este personaje es su alter ego. ¿Qué le gustaría tener a Eduardo Mendoza de este detective estrambótico?
Me gustaría tener su capacidad de no arrugarse ante nada. Es un hombre muy valiente, tiene miedos y dudas como todos, pero cuando debe hacer una cosa la hace. Se mete por la ventana de un edificio aun sabiendo que hay perros rabiosos y consigue salir de esta situación, más que nada porque para eso estoy yo, para que no le pase nada. Tampoco se preocupa mucho por cosas que nos preocupan a los demás, como la manera de vestir. De hecho casi todas las novelas se las pasa desnudo porque pierde la ropa, se la roban... Y le da igual. En el fondo, lo que quiere es ser aceptado. Desea que le reciban y pasar como uno más de la pandilla, pero, claro, cuanto más lo intenta, peor le sale.
Al final, una persona con problemas mentales es la que parece más lúcida.
Ese fue el juego inicial y así se entendió desde el principio. Está encerrado en un manicomio y, como es él quien lo cuenta, no tenemos más referencia que la suya. Igual todo lo que cuenta es mentira, pero insiste en que le encerraron por una injusticia y que, aunque ya ha presentado muchos recursos al Constitucional, nunca le contesta. Cree que está bien y que es sujeto de una injusticia flagrante por parte de la sociedad. Y de vez en cuando se mete en el mundo de los cuerdos y descubre que están peor que él.
De hecho, las pintorescas aventuras que vive con sus compañeros parecen más reales que las situaciones que vivimos hoy en esta sociedad, que muchas veces son increíbles.
Claro. Por eso cuando las cosas llegan al punto al que han llegado es cuando vuelvo a salir a la calle con este personaje, porque me parece que es el más adecuado para contar esto. Tenía que ser o un extraterrestre o alguien que sale de un manicomio y con ojos inocentes mira a su alrededor y dice "madre mía, dónde está la nave, que me vuelvo".
El personaje lleva años a su lado, ¿les ha cambiado mucho el tiempo?
A él un poco menos. Intento mantenerlo más activo y más joven, aunque también para él pasa el tiempo. Hay detectives seriales que nunca envejecen. Este no, este va arrastrando las cosas que le ocurren, las experiencias. De algún modo, es mi autobiografía disimulada.
¿Tendremos detective para rato?
Bueno, lo que no sé es si habrá Eduardo Mendoza para rato. Pero mientras yo siga en funciones, ahí estará él dispuesto a salir cuando le llamen.
Quizá investigue el misterio del presidente del Gobierno desaparecido que aparece y vuelve a desaparecer.
(Ríe). Puede ser, aunque no me parece un personaje muy excitante.