vitoria. Tras su visita a la basílica de Santa Croce de Florencia, Stendhal notó un súbito acelerar de sus pálpitos. La belleza y el goce artístico le llevaron a este pequeño éxtasis que fue bautizado con su nombre -y catalogado, en paralelo, como enfermedad psicosomática- mucho tiempo después. No hay riesgo de patología tras la escucha de Vino y pasteles. Ni siquiera de borrachera o empacho. Lo único que puede provocar es una crónica adicción a la escucha, porque la primera colección del cuarteto conformado por Kike Loyola (guitarra), Nika Bitchiashvili (violín), Pedro Salazar (contrabajo) y Javier Antoñana (guitarra solista) es una traducción directa de sus fluidas sesiones en directo, preñadas siempre de jazz manouche, gipsy y swing en estado de maestra ejecución.

Todo comenzó un poco antes de El síndrome de Stendhal. Como Tren Nocturno, ya se buscaba una sonoridad que se gestó por primera vez bajo su nombre actual el 29 de febrero de 2008. En el bar Stendhal, dónde si no. "Nos parecía un día señalado para darle luz, para que envejeciera despacio porque sólo podíamos celebrarlo cumplir años cada cuatro", recuerda Loyola, "pero todos tuvieron la misma idea y ese día -todavía guardo la agenda- hubo 25 o 30 conciertos". "No fuimos nada originales", finiquita el guitarrista. Y puede que tampoco su música lo sea. Heredera de Django Reinhardt y otros muchos maestros, su principal baza es la perfecta ejecución, la pequeña conjunción de talentos que se da cita en este disco autoproducido y grabado hace ahora un año en Estudios Sonora, de la mano de Martín Guridi. Los temas venían ya rodados y han logrado comprimirse en un álbum que recoge "la esencia de la música en vivo y sin manipular, homenaje a discos de otras épocas", apunta Salazar.

Entre Bitchiashvili y Antoñana se reparten las labores compositivas del disco, donde colaboran Begoña Divar y Álex Ruiz de Azúa, y donde se entremezclan canciones con dedicatoria como Violet, para la hija de Antoñana, y piezas con toque a Piazzolla como Tanguito, que coloca la propina a la docena de temas.

Y donde Vino y pasteles, que da título al disco, ocupa el tercer track. Y es que Loyola siempre acercaba caldos y viandas a las jornadas de preparación del álbum para alimentar los cuerpos de los músicos antes de que estos trataran de elevar sus almas en busca de la música. Tratarán de hacer lo propio con las del respetable en la presentación del trabajo -que ya puede adquirirse en Green Bay, Dallas, Andén...- mañana a las 23.30 en el bar que lleva el nombre de su síndrome. Y después lo harán en Durango, en Bilbao, en Donosti... Sus temas originales, junto a conocidos standard de gipsy, dejarán paladeos sabrosos y dulces. Vino y pasteles.