EL agua es buena. Riega los campos. Fluye en los ríos. Limpia las calles. Explota en sobrecogedoras tormentas de verano. Pero siempre -desde tiempo inmemorial- es el colmo de un concierto al aire libre. Queda media hora para la primera de las dos veladas diarias con Tuba Skinny en los jardines del Museo de Bellas Artes. El panorama es gris amenazante como un cuadro de Turner que nunca ocupará el interior de la pinacoteca. Pero al sexteto le da igual. Afinan igualmente. Porque la música no visita nunca Euskalmet.
Hace un año el grupo también estuvo en Gasteiz, aparcando por las calles su jazz bohemio, libre y alegre, con label puramente New Orleans. Y, también hace un año, se dejaron retratar por el objetivo de un Josu Izarra que ayer volvía a encontrarse con ellos. "Good morning, Vietnam", saluda a la banda, diseminada por el húmedo césped. La mañana es propensa a la melancolía. Como un tequila, reposada. Pero hoy será a Josu a quien le toque posar.
Posar y ejercer con la banda de traductor , de intérprete -no musical- en una semana en la que está concediendo más entrevistas que un jazzman a raíz de su exposición fotográfica sobre el grupo. ¿Y cómo recuerdan los músicos aquella sesión de fotos en el estudio de Izarra? "Fue relajada, fácil", apunta la cantante, Erika Lewis. "Nunca habíamos hecho una sesión, pero fue muy cómodo", coincide la trompetista Shaye Cohn.
Por la puerta de La Senda se acerca el guitarrista Kiowa Wells, que el año pasado no visitó Gasteiz. Se quedó en Louisiana velando a su perro, que atravesaba las últimas horas, y este año se ha unido al grupo con su nueva compañera canina, Oona, reina de las hadas, que se entretiene ahora mordisqueando los bajos de la carpa.
A los músicos norteamericanos ya les ha dado tiempo a pasarse por la exposición de la Casa de Cultura, y de coincidir con algunos de los espectadores, que han podido comprobar el contraste de realidad palpitante y congelada. Viradas al ocre, los músicos creen que las instantáneas "reflejan nuestra imagen, con ese toque antiguo", reconoce el trombonista Barnabus Jones. Modernos antiguos. Así son ellos, que rodean a Josu para la fotografía -Robin Rapuzzi se ofrece incluso a tirarla, siempre dispuesto a todo- ante la puerta giratoria del Bellas Artes. Todo un retrato costumbrista, digno de sus paredes... quizás dentro de unas cuantas décadas de historia.
El pequeño encuentro visual acaba y los músicos vuelven al ensayo. Más que la amenaza de lluvia, preside el mediodía la maldición del concierto al aire libre, pero hete aquí que al borde de la una emergen por la puerta pequeños grupos de gente. Todavía se puede salvar la velada. El tirón de Tuba Skinny supera cualquier meteorología. Hasta cualquier climatología. El sexteto ultima el calentamiento y dispone los discos a la venta ante ellos, dibujando un semicírculo de formación bajo la carpa.
Pero no es la última nota preconcierto. De repente, lo que emerge en el jardín es un incesante río -el agua es buena, ya lo habíamos dicho- de niños que comienza a rodear la carpa. El caudal es incluso un poco inquietante, recordando a Los pájaros de Hitchcock. Niños por todos lados, con un exitoso disfraz plástico de Bob Esponja, elaborado por ellos mismos, como icono preferido. La colonia de verano se protege bajo las copas de los árboles de la fina capa de lluvia. Si hubiera que componer una canción sería sin duda Zirimiri Song.
Es el segundo año consecutivo que Tuba Skinny toca en el festival gasteiztarra, pero sus fieles tienen ya un halo milenario. ¿Repetirían año a año en el cartel? "Sí, ¿por qué no?", asegura el tubista Todd Burdick. Esta semana estarán hasta el sábado en los exteriores del museo, en sesiones de 13.00 y 19.00. Aparcan junto al busto de Amárica antes de ejercer como primeros teloneros de la última noche de Mendizorroza. "Before Miller and Hancock, ¡uauh!", les felicita Josu, que tiene prevista una segunda sesión fotográfica con ellos, quizás en este mismo entorno. Porque hay una deuda pendiente con Kiowa y Oona, que aún no han posado. Que aún no conocen bien las calles de la ciudad. No se extrañen de que un día de estos Tuba Skinny deje el jardín y vuelva a las calles. Son trashumantes. Y muy, muy elegantes.