Encaramadas en lo alto de una montaña con vistas al mar, las esculturas y dibujos de Chillida (1924-2002) pasarán el verano en la Fundación Maeght, que apostó por el artista donostiarra cuando era "el más joven" de los que habían expuesto hasta entonces para esa familia de galeristas.

El hombre que dedicó su vida a "luchar contra Newton", tal y como explica a Efe uno de sus hijos y comisario de la exposición, Ignacio Chillida, encontró en la localidad de Saint Paul de Vence, que ahora vuelve a cobijar sus obras, un lugar de encuentro estival junto a artistas como Miró, Giacometti o Calder.

El evento ha necesitado de un trabajo titánico de preparación, con el traslado de algunas esculturas bajo escolta policial, indica Isabelle, nieta del conocido galerista Aimé Maeght, que destaca la oportunidad de celebrar la exposición "en este momento", después del sonado cierre del museo Chillida-Leku por problemas económicos.

Aunque ya estaba planificada con dos años de antelación, la exposición ha cobrado de forma inesperada un simbolismo especial con el cerrojazo del museo donostiarra, aunque el comisario puntualiza que "lo importante es que la gente se dé cuenta que Chillida es Chillida, con o sin Chillida-Leku".

"Él ya dijo que era una utopía" su idea de museo al aire libre, asegura Ignacio Chillida, que aún cree que se puede llegar a un acuerdo con las instituciones públicas para que asuman parte del coste de la gestión del centro.

Mientras tanto, las obras del Chillida-Leku solo estarán al alcance de visitas privadas, con la excepción de acontecimientos como el que ahora tiene lugar, para el cual han viajado a la costa francesa más de 70 obras desde el museo vasco.

Una treintena de esculturas de colecciones privadas y un abultado conjunto que pertenece a los propios Maeght completan la retrospectiva, que recorre el trabajo del artista en materiales que van del papel al hierro, todos ellos con su inconfundible sello.

"Lo que es asombroso en su trabajo es que siempre buscaba pasar a través (de la materia), crear una obra con el vacío y con el espacio", resume Isabelle Maeght, quien añade que sus estructuras "siempre tienen una idea de levitación", a pesar de ser a menudo extremadamente fuertes y pesadas.

Se trata de una característica recurrente en la obra de Chillida, que se encuentra tanto en esculturas de papel y madera como de alabastro u hormigón.

"Cada material tiene su propia vida", afirma Maeght, que recuerda que el artista evitaba los materiales que no fuesen nobles. "No hay término medio con Chillida, siempre hay rigor, y para él la importancia de los materiales era capital", agrega.

También los ángulos fueron una de sus obsesiones, y aunque decía que los ángulos rectos no le gustaban porque transmitían una sensación de enfado, lo cierto es que se encuentran frecuentemente en las obras de este artista que estudió arquitectura, y que abandonó los estudios a mitad de la carrera porque no sintonizaba con la visión del profesorado.

El "peine del viento" en San Sebastián, su obra más conocida, ejemplifica otra de sus pasiones, la musicalidad de sus obras una vez acabadas o durante el proceso creativo.

El martilleo de los yunques en el caso de los trabajos de forja constituía así una de sus aficiones, recalca la responsable de la fundación francesa, que cuenta cómo Chillida retomó el trabajo con la arcilla tras escuchar por casualidad el ruido que producía su moldeo. Su extensa obra podría culminar, de solucionarse su financiación, con la realización del proyecto escultórico de Tindaya, en la isla de Fuerteventura, donde el artista planeó horadar esa montaña en un juego de luces, otro de los elementos que sedujeron al vasco.

"Se trata de un hombre que quiso ofrecer su obra a la humanidad", destaca Maeght, en referencia a la idea que tuvo de fundar Chillida-Leku. Una voluntad a la que se ha querido rendir homenaje con la nueva exposición, en el municipio que el escultor nunca abandonó del todo.