'BEGEISTERUNG'. Cuando se intenta atrapar la emoción artística, las palabras se vuelven escurridizas. Pero a veces un vocablo puede conciliar las sensaciones de más un millar de personas. Y el viernes por la noche, en el primer concierto de la gira alemana de la Orquesta de Euskadi, la expresión que recorrió el hermosísimo auditorio del Tonhalle de Düsseldorf fue begeisterung, el entusiasmo alemán. En sus dos acepciones: exaltación gozosa e inspiración divina.

La Sinfónica vasca tocó el cielo en Düsseldorf con la colaboración inestimable del terreno de juego: el Tonhalle es un antiguo planetarium construido en 1926 -uno de los más grandes del mundo en su época-, reconvertido en los años 70 a sala de conciertos. El pasado del edificio se preserva en su cuidado aire de patrimonio industrial y especialmente en la cúpula azul que corona el auditorio; en su techo se simulan constelaciones, y parece que la música se ejecuta bajo un cielo estrellado. A primera vista, el auditorio conduce a dos errores: que es un espacio al aire libre, y que tiene menor capacidad de la real: 1.800 espectadores, los mismos que el Kursaal. El viernes no se llenó, pero le faltó poco.

En la galaxia de Düsseldorf, el Concierto para violoncello y orquesta nº1 de Shostakovich fue el carro, el nombre con el que los aficionados a la astronomía conocen a la constelación de la Osa Mayor, el solista Gautier Capuçon fue la estrella y el maestro Andrés Orozco-Estrada, el rey sol. La pieza del compositor de San Petersburgo se presentaba la más difícil del repertorio, pero fue la más ovacionada de una noche colmada de aplausos y bravos.

gran respuesta del público

Historias en el patio de butacas

Tres mujeres alemanas, Sabine, Helga y Christine, con el aval de tres décadas de abono del ciclo clásico del Tonhalle, mostraban su admiración por la orquesta y esta pieza en particular. Hayashi, un japonés que lleva siete años en Alemania -Düsseldorf alberga la comunidad nipona más numerosa del país germano- había acudido a la cita atraído precisamente por Shostakovich y salió "encantado" con Orozco-Estrada y con Capuçon. El intérprete francés rasgó su cello de 1701 hasta extraerle lamentos humanos al instrumento y una gran respuesta al público, que le animó a volver para tocar, ya sin rostro doliente, La marcha de los soldaditos, una pieza de Prokofiev concebida para el piano, el mismo bis que interpretó en Donostia.

Cerca de la barra que ofrecía pintxos mixtos (peculiares combinaciones de la gastronomía vasco-alemana a tamaño XL), Florian y Beatriz barrían para casa y se decantaban por Arriaga. El padre de Florian trabajó en una empresa de Vitoria en los años 60 y tenía un gran amigo de Zarautz. Años después decidió comprarse una casa en la localidad guipuzcoana, en la que Florian ha veraneado toda su vida. Sin embargo, conoció a su mujer, la donostiarra Beatriz Artola, en Düsseldorf, una Nochevieja. El destino aguardaba en uno u otro lugar. Ahora con dos hijos, la pareja tras cuatro años en Zarautz, reside desde hace dos en la ciudad alemana. El viernes se acercaron al Tonhalle porque un amigo del padre de Florian les había regalado las entradas para que escucharan a la formación vasca.

El patio de butacas contenía muchas historias. En la primera fila, una hilera de jóvenes boquiabiertos: los estudiantes de cello de la Escuela de Düsserdolf, que se marcharon en el descanso. En la octava, un joven que se agitaba nervioso en su asiento acabó saltándose dos filas de butacas ante el asombro de los espectadores más cercanos. Quería llamar la atención de alguien: la de una de las cellistas de la OSE, su hermana, Pascale Michaud. De origen canadiense, Michaud reside en Bélgica con su mujer y no desperdició la relativa cercanía con Düsserdolf para escuchar a su talentosa hermana.

Desde Berlín viajó el embajador español en Alemania, Rafael Dezcallar de Mazarredo. Al desplazamiento ayudó su matrimonio con una donostiarra y su melomanía. En la recepción posterior al concierto se mostraba impactado y daba la medida para valorar la reacción de los espectadores del Tonhalle: "El público alemán no aplaude gratis". En el mismo sentido, el cónsul en Düsserdolf, Manuel Viturro, señaló que la afición a la música es muy frecuente entre los alemanes, pero no tanto "la demostración de su entusiasmo" y la consejera de Cultura, Blanca Urgell, que se trasladó junto a Eduardo Jiménez, director de Marketing de Igenteam, la empresa patrocinadora de la gira, mostraba su satisfacción porque la respuesta procedía de un "público muy versado" en el ámbito musical. Gautier Capuçon, feliz y bromista tras firmar una gran actuación, explicó que para tocar una pieza hay que entenderla primero. "Si lees un libro al público y no entiendes las palabras que contiene, no puedes transmitírselo", resumió. Orozco-Estrada, exhausto tras su contorsionismo en el escenario pero sin perder la sonrisa, quiso poner el acento en la "entrega de los músicos" y la "energía que le transmitieron", la materia prima de su trabajo, junto a las emociones del espectador. "Busco que el público salga un poco transformado, que al salir del concierto ría, llore, cante? que salga removido por dentro".

'Finale furioso'

Hacia la bóveda celeste

La publicidad de la sala alemana había preparado la visita bajo dos epígrafes: España de visita, y Finale Furioso. El primero se matizó en el discurso previo del concierto, en el que el presentador significó el "orgullo" de la orquesta por pertenecer a Euskadi. En cuanto a la furia del final, Orozco-Estrada optó por la fortaleza poderosa de lo sutil. Cuando terminaba la propina, la Amorosa de Guridi con la que la orquesta premió al entregado público de Düsseldorf, el maestro detuvo, por un momento, el tiempo. Tras el último movimiento se hizo un profundo silencio, un instante que reclamaba el adjetivo de mágico. Orozco-Estrada esperó unos segundos para bajar teatralmente sus brazos y demostrar en esa pausa al público, a la orquesta y a sí mismo, que había sucedido: al silencio se le escuchaba nítidamente y hablaba de conjunción planetaria, esto es, de una extraordinaria aproximación a la bóveda celeste.