Un hombre afable al que era complicado verle enfadado. Un perfeccionista al que no le gustaba dejar ninguna nota al azar. Un organista más que considerable, por mucho que no fuese su faceta más conocida, por lo menos por parte del gran público. Un compositor de altura al que, según algunas voces, no se le ha reconocido del todo y con quien se tiene una deuda. Un maestro del pentagrama. Un vitoriano que pasó gran parte de su vida en Bilbao (también algo en Zaragoza), que completó su formación en París, Bruselas y Colonia, y que terminó su trayectoria profesional y personal en Madrid...
Intentar definir en pocas líneas a Jesús Guridi es del todo imposible. Pero siempre es un ejercicio necesario, máxime aprovechando el doble aniversario que se cumple en este 2011: 125 años de su nacimiento y 50 de su muerte. Y sí, los números son muy fríos cuando de cultura se habla. Pero sirven, por triste que sea, para que muchas instituciones y personas se acuerden de aquellos que fueron y siguen siendo maestros. Eso sí, son malos tiempos para los recuerdos y en Álava eso se sabe bien. Hace nada, la crisis sirvió como excusa para que un congreso sobre Ignacio Aldecoa terminase reconvirtiéndose en un sencillo recital literario. Del todo al casi nada por unos euros. Entre otras cosas porque hay quien, sobre todo en las administraciones, piensa que sólo con dinero se pueden hacer homenajes en condiciones.
En vida, Guridi supo lo que era ser querido tanto por su ciudad natal como por el resto de las capitales que le acogieron como uno más. En la calle Florida, una placa recuerda el lugar de su nacimiento el 25 de septiembre de 1886, aunque diferentes circunstancias le llevaron pronto a viajar y residir en otros lugares. Aún así regresó en multitud de ocasiones, como cuando recibió el primero de los reconocimientos que le ofreció el Ayuntamiento de Vitoria en 1920. No fue el último. Es, por ejemplo, Hijo Predilecto desde 1952.
Otra placa, esta vez situada en la calle Sagasta de Madrid, en concreto en el número 12, también tiene presente su memoria. Está situada en la casa en la que pasó gran parte de su vida, donde falleció a la edad de 74 años, el 7 de abril de 1961. La colocó en su momento la Sociedad General de Autores de España, de la que el maestro alavés fue consejero, aunque por entonces la SGAE era otra cosa (mejor dejarlo ahí).
Entre esos dos rótulos, el de Gasteiz y el de Madrid, el de la casa del nacimiento y el del edificio de la muerte, pasó una vida llena de notas muy vinculadas con el folklore vasco y las raíces de su tierra, una trayectoria entre pentagramas, puestos de dirección y participación en entes culturales de todo tipo, una carrera en la que hubo zarzuelas y ballet, bandas sonoras cinematográficas y teatrales, composiciones para piano, orquesta, órgano y coros... todo ello sin olvidar que era un intérprete más que destacado y dicen que frente al órgano tenía un don especial.
El pasado mes de septiembre, París fue escenario de dos conciertos de homenaje. Y en este año se van a producir actuaciones especiales por diferentes puntos del País Vasco y del resto del Estado. Incluso en Oviedo ya tienen puesta la mirada en 2012 con una anunciada nueva versión de una de las obras más conocidas de Guridi, El caserío, que hace poco también se reestrenó en el Arriaga, tomando el testigo de otras muchas representaciones (la última en Gasteiz la hizo, en el Principal, el también fallecido Félix G. Petite).
Y es que el músico dio para mucho. Su nombre, incluso para más. Tiene calles y plazas en Gasteiz, Jerez de la Frontera, Ibarra, Errentería, Magán, Alcalá de Guadaira, Cartagena, Elciego, Alcalá de Henares, Llodio... Ha servido para bautizar conservatorios, orquestas, centros para mayores y hasta una habitación de un hotel bilbaíno, el nuevo Arriaga Suites. Todo ello después de, en vida, haber sido Hijo Predilecto de Vitoria, Hijo Adoptivo de Bilbao, Miembro Honorario del Consejo Superior de Investigaciones, director del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando... por citar sólo algunos cargos y premios de prestigio porque la lista es bastante larga.
Una huella histórica De todas formas, es cierto que cuesta escuchar al maestro, sobre todo fuera del País Vasco y también de Madrid. La zarzuela no pasa un buen momento a lo que hay que añadir que, cuando se interpretan sus músicas sinfónica, de cámara o corales, casi siempre se recurre a los mismos títulos, que si bien son los más famosos y apreciados, no son los únicos. Hizo más cosas que Así cantan los chicos y Diez melodías vascas, por mencionar dos de sus composiciones más recurrentes entre las formaciones de la actualidad.
Con todo, son varios los expertos que coinciden al señalar que si bien Jesús Guridi es un músico más que apreciado y valorado, no lo es tanto como debiera o como indica la calidad de la obra que dejó escrita. Claro que en esto, como en todo, hay opiniones para todos los gustos. Porque hay quien destaca más, por ejemplo, sus cuartetos en Sol mayor y La menor que sus obras como Amaya o El Caserío, o quien resalta su capacidad para ir de las influencias del folklore vasco a dejarse contagiar un poco por el jazz y los ritmos del musical americano en piezas como Homenaje a Walt Dinsey. Y hay quien... Es lo que tienen las carreras profesionales de este empaque, que dan para muchas consideraciones. En lo que la gran mayoría coincide es en un calificativo a la hora de describir su forma de trabajo, ya que para muchos el músico alavés era un hombre que anteponía la calidad de sus creaciones a la necesidad de remarcar su ego poniendo por encima de la buena música el hecho de dibujar un estilo propio.
La verdad es que Guridi parecía estar destinado a ser un gran maestro. En su caso, eso de que de casta le viene al galgo, más que un refrán era todo un ejemplo práctico. Su padre Lorenzo era organista, su madre María de Trinidad era pianista, tres de sus cuatro abuelos también eran o intérpretes o profesores de música, y no se puede olvidar la figura de su bisabuelo Nicolás Ledesma, famoso organista y compositor. Vamos, que todo estaba a su favor. A los seis hijos que tuvo con Julia Ispizua les intentó inocular el mismo gusto, aunque si entre su descendencia hay que señalar un nombre que ha hecho de la cultura su profesión y, además, con bastante éxito, ése es el de Luis Guridi, director de televisión (Camera café, por ejemplo).
Entre pentagramas Un hombre maravilloso, sencillísimo y un gran organista. Así definía otro maestro como Luis Aramburu a Guridi en una entrevista con José María Sedano. Esa idea de un carácter afable es algo que se repite en muchos otros testimonios.
Seguro que esa forma de ser le ayudó en tanto ir y venir, sobre todo en su juventud. Salió de Vitoria, pasó por Zaragoza pero terminó asentándose en Bilbao. Allí entró a formar parte de El Cuartito, grupo de aficionados a la música gracias al cual incluso pudo estrenar sus primeras composiciones. Luego llegó salir al extranjero para completar su formación y completar las bases de lo que luego sería su carrera profesional.
Ese viaje, cuando tenía 18 años, le llevó primero a París, para llegar después a Bruselas y Colonia. Eso sí, regresó a Euskadi, otra vez a la capital vizcaína, al lugar donde nació Mirentxu y Amaya, donde aparecieron Una aventura de Don Quijote, Leyenda Vasca o Así cantan los niños. Desde el principio, su trabajo por y desde el folklore vasco fue fundamental, y de la misma forma que se sirvió de él para sus obras, ayudó a su difusión, también desde la dirección de la Sociedad Coral de Bilbao o como impulsor de la Asociación de Artistas Vascos.
La década de los 20 trajo otro cambio de residencia. El caserío se estrenó en Madrid, ciudad en la que pasó largas temporadas hasta establecerse de forma definitiva tras finalizar la contienda española.
La meiga, La cautiva, La bengala, Peñamariana, Acuarelas vascas, Diez melodías vascas, Mandolinata, La condesa de la aguja y el dedal, Seis canciones castellanas, El tríptico del Buen Pastor... Todas ellas fueron ya naciendo allí, aunque algunas se estrenaron primero en Bilbao. Todas dieron forma a una trayectoria envidiable que sigue reclamando hoy mayor atención.