Vitoria. "Una buena restauración es la que no se ve", sentencia Cristina Aransay. Y, sin embargo, la jefa del servicio foral de restauración se dedica a mostrar, con cincuenta aumentos, todos los deterioros de un lienzo. Es Cristo crucificado, de José Ribera, el último enfermo que ha entrado en las dependencias de Ali Gobeo. Es curioso, antes de entrar a quirófano luce colores brillantes, pero saldrá con otros mucho más oscuros y lóbregos, los que alimentan su verdadero cromatismo. Son cosas del tenebrismo.
Y es que José Ribera fue algo así como el Caravaggio español. En 1643, el autor valenciano, estandarte del Barroco peninsular, firmaba una tela que poco después despertaba la fe desde los muros del Convento de Santo Domingo, en Portal de Arriaga, antes de viajar al salón de sesiones de la Diputación Foral, el Museo de Bellas Artes y el Museo Diocesano de Arte Sacro.
Curioso periplo el de este crucificado, que en el XIX vivió su restauración más importante. "Estuve a punto de envolver el cuadro y devolvérselo", confiesa en un escrito el responsable de aquellos trabajos, Gato de Lema, "porque al menor contacto se deshacía".
Indagar estos procesos y testimonios es parte del trabajo de recuperación actual, que dio comienzo hace unos meses. Aransay y su equipo han indagado en artículos de prensa y bibliografía tan reveladora como el libro publicado en 1892 por Sixto María Soto. Pero la documentación sólo es un paso. Otros cruciales se han dado ya con los diagnóstico físico y químico del lienzo, con las más de veinte micromuestras de capas pictóricas, tintes y barnices -que delatan los pigmentos- o con los estudios radiográfico y de infrarrojos.
La conclusión es que la intervención que va a llevarse a cabo hasta 2011, será mínima, y nunca profanará la realizada en el siglo XIX, sus retelados e injertos, porque "nos quedaríamos con trozos de tela en la mano", asegura Aransay.
El trabajo principal se dedicará, sin embargo, a revertir otra de las recuperaciones a las que fue sometido el cuadro, la realizada en el siglo XX, eliminando los barnices que aportan brillo y color -irreales- a la composición. "Los barnices han conseguido que desaparezca la calidad cromática de Ribera".
Marina López y Soledad Rojo conducirán el tándem encargado de estas labores, que tratará de devolver su verdadero espíritu a un cuadro que forma parte de la colección foral desde hace dos siglos. "Es sin duda una de sus joyas", reconoce la diputada de Cultura, Lorena López de Lacalle, que con un sólo dato muestra el valor de la pieza pictórica. En 2007, el Cristo crucificado fue reclamado para una muestra artística que tuvo lugar en el museo Guggenheim de Nueva York.
El viaje será ahora más corto. Y también más minucioso. Es hora de tirar de macrofotografías, de dejarse la piel sobre la tela, mil veces maltratada por los elementos. Pudieron ser muchas las razones que llevaron a su primera restauración. Sixto María Soto apunta a la luz del sol, a un incendio o a la luz próxima "de la pública adoración" como posibles enemigos del lienzo. 25.000 reales costó entonces su lavado de cara, que ahora se repite una vez más con multitud de criterios históricos como clave, con las nuevas tecnologías -esas que desarrollaron medicina e industria- como aliadas de la restauración.
Además de Gato de Lema, en 1867, González de Quesada (1958) y Francisco Javier Villanueva (1985) ya trataron de calmar las cicatrices de este Cristo crucificado que ahora vuelve a buscar su enésima resurrección para el culto del fiel y del visitante al museo. Porque, cuando el delicado proceso de Marina y Soledad acabe, la obra de José Ribera regresará al Museo Diocesano de Arte Sacro para lucir sus nuevos colores. Sus viejos colores. Los que el pintor valenciano imaginó en su pincel, adicto al claroscuro, en esta pieza clásica de la historia de la pintura española, que reside desde siempre en tierra alavesa.