Entrar, pararse, ver, recorrer, tal vez pensar o criticar y marcharse. Puede durar más o menos tiempo, pero en la mayor parte de los casos, ésa es la experiencia habitual que cualquiera puede tener en un museo (generalizando mucho, claro). En ese momento, artista, obra y espectador se encuentran, en unas ocasiones para bien, en otras no tanto. Es, por lo menos en apariencia, un acto sencillo: caminar entre las salas, dejarse atrapar, degustar lo que más pueda interesar, desprenderse de lo que no dice nada... Pero para que el público pueda tener esa experiencia deben ocurrir muchas otras cosas antes, durante y después. Porque hasta ahora aquí hemos hablado del continente (el espacio expositivo), del contenido (la obra), del creador (el gran culpable de todo esto) y del espectador (el objetivo final), pero no del engranaje que pone en contacto a todas estas partes, un motor demasiadas veces invisible pero cuyo buen funcionamiento es fundamental para el hecho creativo.

Enrique Martínez Goikoetxea tiene alma de escultor y para dar satisfacción a lo que su mente y su corazón le pedían estudió Bellas Artes. Eso sí, para poder desarrollar su trabajo en el taller y poner comida sobre la mesa, comenzó a realizar esas otras tareas del arte. Lo hizo antes en el Guggenheim. Luego llegó a Artium. Y aquello que era lo paralelo se terminó convirtiendo en su ocupación principal. Hoy es el máximo responsable de la colección permanente del museo alavés, un gran cuerpo de más de 3.200 piezas que conforman uno de los fondos de creación contemporánea más importantes del Estado. "Lo importante en este trabajo es mover ideas", dice él.

Blanca de la Torre se formó en Historia del Arte. Era consciente de que su camino no pasaba por ser artista porque había otros que apuntaban más maneras. Pero encontró la forma de desarrollar su creatividad trabajando con lo que los diferentes autores hacían, desde el mundo de la crítica y el comisariado. Hace poco llegó al centro de la calle Francia como conservadora asociada, un título tal vez un poco rebuscado bajo el que se esconde su responsabilidad con las muestras temporales y con el trabajo hacia el exterior del museo. "El arte es mi pasión y cada vez quiero más", dice ella.

Los dos han terminado coincidiendo en Gasteiz y, aunque no trabajan solos porque (grande o pequeño) siempre hay un equipo detrás, conforman ese engranaje antes mencionado, esa base fundamental e imprescindible. Ellos tienen a Artium y al arte en sus manos.

"Él es la figura fundamental de la colección: los fondos se conservan y se desarrollan a partir de Kike. Yo comisarío y me encargo de las exposiciones de otros. Pero al mismo tiempo, compartimos funciones en esas dos materias, procesos y equipos de trabajo así que estamos conectados día a día", explican ambos, conscientes de que fuera de las paredes del centro a veces resulta un tanto complicado explicar su labor o convencer a más de uno que piensa, por ejemplo, que un conservador es un restaurador o aquel que guarda un gran almacén oscuro lleno de obras de arte. Todo lo contrario.

El público

Lo primero, inquietud

Saben que trabajan con un material que muchos ven con recelo, en donde es fácil escuchar incluso frases despectivas hacia una pieza y la labor del artista. "Pero aun así, incluso esa actitud es buena. Lo peor es el visitante que no transmite emoción ninguna. El que viene y se marcha y no ha visto o no se hace preguntas es con el que es más difícil establecer un diálogo. Con el que te lanza algo como que "esa obra la puede hacer un niño pequeño", tienes una puerta abierta", afirma Martínez Goikoetxea, a lo que De la Torre añade que "hay que ser comprensivo, no es un lenguaje fácil; pero el hecho de que una persona venga ya es importante. Por lo menos ha acudido y se ha molestado en ver el museo. Luego la crítica será buena o mala, pero lo peor es el que se queda en casa".

Ante el espectador se encuentra además "un proyecto serio y dinámico, que siempre está generando cosas e ideas, donde una persona que sea habitual de Artium no se va a aburrir nunca", dice Blanca. "Es un museo muy potente", describe Kike, que hace unos días estuvo en Portugal y se quedó sorprendido y feliz al encontrarse con gente que al saber que venía de Vitoria le hablaba más que bien del centro alavés.

"Lo que siempre tienes que procurar es que tu labor sea accesible a la gente. Tienes que crear peldaños, distintos niveles de lectura cuando montas un proyecto expositivo que permitan que existan claves de acceso a lo que estás contando", remarca el responsable de la colección, al tiempo que la comisaria apunta que "debes buscar la manera más fácil de descodificar las ideas de cara al público y no sólo cuando realizas una muestra, también cuando escribes, por ejemplo, el catálogo. A veces en el mundo del arte se desarrolla una retórica impenetrable".

El artista

Compartiendo preguntas

Al otro lado de esta relación donde ellos están en medio se encuentra el creador contemporáneo. "Es importante que el artista, además de ser consecuente con su trabajo y bueno a nivel formal, sea capaz de mostrar qué está pasando en estos momentos", describe Blanca, una idea que Kike enfatiza diciendo que "compartimos con ellos las mismas preguntas que nos podemos hacer sobre el presente y el futuro. Ahí estamos leyendo a la par que ellos sobre hacia dónde vamos".

Ambos coinciden al señalar, además, que es "fundamental" poder trabajar con autores que están vivos y accesibles, independientemente de que a nivel personal unos caigan mejor que otros. Ese contacto humano sirve para evaluar mejor al creador y su obra, para saber si es capaz de defender lo que hace y para aprender a descodificar mejor su labor.

En esa relación es importante saber negociar, tener capacidad para establecer puentes partiendo de la base de que tanto el autor como ellos buscan el mejor resultado posible. "Una exposición es abrir tu alma a los demás. Es un momento muy fuerte para el artista y son instantes en los que se mueven muchas pasiones. Transmitir esa fuerza, esa emoción a la sala y a la muestra es importante", comenta Martínez Goikoetxea.

Aquí también es necesario su olfato para saber bucear en el presente para vislumbrar el futuro tanto de un artista como de su producción. Aquí los dos fijan la clave para no equivocarse en la coherencia y en unos criterios bien fijados y asentados. Asimismo, sus gustos personales juegan su papel. "Es importante la pasión individual porque desde ahí puedes aportar cosas interesantes; desde ahí estás en contacto con tus compañeros, con el resto del museo, con otros espacios... Todo eso ayuda a conformar unas decisiones y direcciones", describe él. "Siempre estamos en ese proceso de puesta en común y hasta ahora encajamos bastante. Nunca tenemos grandes conflictos sobre una obra o un concepto", concluye ella.

La obra

La idea por delante

La tercera y tal vez más importante base sobre la que sustentan su trabajo es, al fin y al cabo, la pieza creada. "Lo fundamental son las buenas ideas, eso es lo que se compra o se muestra. La manera en la que estén hechas, el medio o si están reproducidas no es tan importante", comenta De la Torre. "Al final, el arte es una experiencia que te ayuda a pensar de una manera crítica sobre tu sociedad y cualquier recurso es bueno para ello, más allá de la materialidad de las cosas", añade Martínez Goikoetxea.

Que haya algo que transmitir es esencial, más allá de si su forma es una instalación, un vídeo o una fotografía... El tener el original es un debate superado. Aun así, son más de 3.200 los originales que conforman los fondos de Artium, una colección que se cuida con mimo. No se trata sólo de guardarla en buen estado. Con cada una de las piezas se hace un trabajo de estudio y análisis profundo que también incluye al artista, se contextualiza su momento histórico (también intentando recuperar bocetos, dibujos, recortes de prensa...) y se ve cómo encaja con el resto de obras. "Se trata de conservar tanto material como conceptualmente las obras. Es estudiar las necesidades que tienen para que los trabajos de los artistas perduren, funcionen como memoria", dice Kike.

Eso sí, es un número tan elevado de creaciones que parece complicado desenvolverse. Ellos sostienen que no, que la labor que desarrollan, aunque las obras estén en el almacén, es tan constante que siempre las tienen en la cabeza. Claro que no sólo hay que estar atentos a lo de casa, también es esencial todo lo que pasa fuera. "No es agobiante estar siempre pendiente de qué está pasando, forma parte de nuestra inquietud por el arte. Si te fascina la música, sabes de conciertos, de nuevos lanzamientos, lees, escuchas... Aquí pasa lo mismo", señala Blanca, quien, como Kike, destaca en ese flujo informativo diario la importancia que para su labor están teniendo las nuevas tecnologías (el caso de Artium en este sentido, colgando toda la información posible sobre su colección, es un claro ejemplo).

Ese contacto con lo exterior tiene otra vertiente. El museo presta obras y recibe piezas de otros. El cuidado es esencial y es un factor determinante para el prestigio del museo. Claro que ese ir y venir genera sus ansiedades y no sólo por el tratamiento al material, también por el uso conceptual de las creaciones. El respeto es aquí la clave.

Para poder asumir todo el trabajo comentado hasta ahora, tanto Kike como Blanca tienen dos secretos: reciclaje y formación constantes. "Cuando tienes una pasión, te diviertes cada día. No llega la hora de cerrar, te vas a casa y desconectas. Disfrutas siempre", dice ella. "Es cierto que el trabajo tiene una parte intelectual pero tienes que estar siempre en contacto con la calle. Si no, pierdes el sentido", apunta él.