Quejana abre el cofre
Zoilo Calleja tiene un lapsus. "El Canciller Alaia, digo... Ayala". Pero quizás no es un error. También las alegrías son parte de la historia. Del recuerdo. De una memoria que contienen en sus formas y colores cinco piezas que hablan de un linaje.
Quien tiene un testigo, tiene un tesoro. Y éste es de peso. Cinco púgiles que pelean contra el olvido se suben durante el próximo año a un cuadrilátero del Museo Diocesano de Arte Sacro. Sus brillos llegan desde Quejana y hablan de la dinastía de los Ayala, de un linaje que es sinónimo de patrimonio en el diccionario alavés, que es sinónimo de historia en el mapa europeo. A través de estas cinco obras, la muestra retrocede en el árbol genealógico de la familia hasta finales de 2010 en la Catedral Nueva.
Escultura, platería y pintura son los lenguajes que dialogan en la exposición El tesoro de Quejana. Lo hacen desde las superficies de este singular quinteto, que reluce en la oscuridad del cofre ideado por el arquitecto José Luis Catón. La caja, dorada por fuera en un "retórico" ejercicio formal, se convierte así en una suerte de sagrario, sustituyendo en la custodia de las piezas, en su "cuidado, piedad y culto" a las monjas dominicas, explica el responsable de patrimonio de la Diócesis de Vitoria, Zoilo Calleja.
Como su propio nombre indica, el Relicario de la Virgen del Cabello guarda este testimonio físico en su cuidada orfebrería. El cabello, en curiosa redundancia, se aloja en la testa de la virgen. Pelo sobre pelo. Gestado en Avignon a principios del siglo XIV, tras su paso por Toledo traspasó las fronteras alavesas para establecerse en la colección de la familia de los Ayala y ser testigo, como sus compañeros de muestra, de la sucesión de genealogías y fueros, del paso de mayorazgos y políticas matrimoniales.
Vecinos a los brillos del relicario, un homólogo suyo descansa también en el interior cubo expositivo, con forma -y función- de vaso sagrado. El Copón Veneciano, fechado en la misma época, huele a canales y tiene ecos de Bizancio, ha asistido a movimientos diplomáticos y conoce entresijos del Concilio de Constanza. Son paisajes y hechos que esconden sus relieves, labrados con la artesanía del tiempo.
El Cristo Crucificado también ha sumado huellas de humedades en su madera. No en vano a su talla se la rebautiza como Cristo Marinero, ya que la leyenda asegura que los fundadores lo trajeron por mar. Los estudios del servicio de conservación foral -razón para activar memoria- ratifican el mito por los índices de salinidad hallados.
Más madera. La que da vida al San Juan Bautista, una escultura medieval que representa al aguador, con cuya advocación Don Fernán Pérez de Ayala funda el monasterio alavés.
El quinto elemento lo coloca una pieza que no forma parte del conjunto monumental. No, al menos, en propiedad, ya que un particular la ha cedido para completar el pentágono de la muestra. Alrededor de 1950, un anticuario adquirió el Tríptico de la Pasión de Cristo y la pieza salió de Quejana para siempre, saltando de colección en colección. Esta obra de la Escuela de Turingia -Baja Sajonia- vuelve a reunirse durante este año con sus hermanas de estirpe en un singular reencuentro expositivo.
Un reencuentro que ponen a los objetos a hablar entre sí. Porque los objetos se cubren con pátina de historia. Y con barniz de recuerdos. Si Zoilo Calleja guarda "las agujas y el dedal con los que cosía mi madre", los relicarios, por ejemplo, se tornan también en homenaje, en recuerdo de la fe cristiana y su devenir. No es ajeno Calleja al poso de "magia, fetichismo y superstición" que se esconde en la conservación de objetos. Tampoco a la riqueza antropológica.
Un hombre vino hace unos días desde Nueva York, expresamente para visitar el Museo de Arte Sacro. "¿Seremos capaces los alaveses, cuando nos acercamos al centro de la ciudad, de parar un momento para ver estas obras?", se pregunta Zoilo. La respuesta la dará 2010.
Más en Cultura
-
‘Danza a Escena’ prosigue en Vitoria con Babirusa Danza y su espectáculo ‘Muchos caballos galopando juntos pueden hacer temblar la tierra’
-
Las aguas de Álava vuelven a llenarse de música y danza en agosto
-
Harrikada: más que un festival, una comunidad
-
El Iosu Izaguirre Sextet calienta motores antes del Festival de Jazz