Mi reloj suena a diario a las 7 de la mañana. No es mala hora, no me quejo. Podría sonar más tarde para tener algunos minutos más de sueño, al que echo mucho de menos. Pero resulta que ese ratito que he decidido robarle yo a Morfeo me da un poco la vida todos los días. Dicen las expertas que padres y madres debemos buscar espacios para estar juntas y también para estar solas. Qué majas. El consejo es bienintencionado, pero quizá no visualiza la realidad de las que no tenemos una red en la que apoyarnos para poder tener esos espacios. Sin embargo, una gran profesional me dio la clave. Ella me explicó algo obvio que ni mi pareja ni yo supimos o pudimos ver en aquel momento. Me dijo que a veces no hace falta irse una semana entera. Eso sería estupendo, pero seguramente nos iba a frustrar más el no poder hacerlo que el intentar buscarnos un rato para cada una durante el día, aunque sean 10 minutos, e intentar encontrar un rato para las dos, aunque sólo sea medio día. Así que pusimos ambas búsquedas en marcha. Afortunadamente, encontramos el espacio común antes de lo que pensábamos (bien por nosotras) y el individual lo estamos trabajando. Parece que yo lo he descubierto madrugando un poco más. Al principio me parecía poco, pero ahora agradezco el silencio, el poder tomar un café sin prisa y el tener esa pequeña parcela en exclusiva para mí. Por supuesto, no siempre funciona. Porque a veces nuestras criaturitas se levantan antes de lo previsto. Y ellas no necesitan aclimatarse al nuevo día porque se despiertan rebosantes de energía. Esto, que yo considero un robo despiadado de mi espacio personal, nunca se sabe cuándo va a suceder. Pero sucede. Y cuando sucede, ya puedes beberte el café de trago. Porque no hay manera de convencerles para que vuelvan a meterse en la cama ese ratito más que yo le birlé a mi reloj a duras penas para poder estar a mi aire. Qué cosas.