El otro día me encontré con un amigo. Cojeaba ostensiblemente. Apenas podía caminar. Le pregunté qué le ocurría y me dijo que padecía el “síndrome de la pedrada”. Había sufrido una rotura de fibras en el gemelo derecho y el dolor apenas le permitía ejercitar unos pasitos. Según me contó, el traumatismo se produjo de manera súbita y sin que terciara ningún elemento excepcional. Paseaba por la playa cuando de repente sintió como si una piedra impactara en su pierna. Luego llegó un intenso dolor. Las fibras musculares se habían desgarrado.

El mismo dolor repentino y lacerante sentí yo la noche del pasado martes. Había ya oscurecido cuando recibí un mensaje de móvil de esos que nada bueno presagian. La pedrada me dejó en shock. Jokin Perona, nuestro diputado de Hacienda en Gipuzkoa, había muerto en un accidente de tráfico.

El anuncio era escueto, directo y brutal. De los que no terminas de creerte en un principio pero que, pasado poco tiempo, te deja un agujero en el alma. Con rapidez intenté confirmar aquel negro presagio. Y, lamentablemente, sí, el fatal accidente había ocurrido en una carretera comarcal de Zamora. En el primer día de sus vacaciones. En un paseo en bicicleta con uno de sus hijos. Jokin Perona fue atropellado por una furgoneta y las heridas causadas provocaron su muerte al borde de la calzada. Afortunadamente, su vástago, pese a ser golpeado también, salió indemne del percance. Indemne físicamente, ya que las heridas que en él y en el resto de su familia han causado el percance son profundas y serán difíciles de sanar.

Desde que aquel mensaje telefónico llegara, vivo sobrecogido. Lo cierto es que no conocía demasiado a Jokin pero había tratado mucho con él; y más, recientemente. Apenas una semana antes de que llegara este agosto endiablado, comentábamos impresiones sobre la situación económica y sobre las posiciones a mantener institucionalmente en la actualización fiscal y tributaria que hemos decidido abordar desde las administraciones vascas.

Jokin estaba preocupado, como el resto de compañeros de las haciendas forales, por el impacto que las sentencias en relación a los mutualistas, estaban teniendo en la recaudación de recursos públicos. Las cantidades devueltas y a devolver aún por los departamentos forales de Hacienda tenían un impacto notable y se comían prácticamente todo el incremento recaudatorio que la bonanza económica estaba generando en Euskadi. Dicho impacto repercutiría sensiblemente en las previsiones presupuestarias, tanto del Gobierno Vasco como de las diputaciones forales y Jokin advertía de la complicada situación que eso podía provocar. Pese a ello, su voluntad por devolver a los jubilados afectados por la sentencia del Supremo las cuantías económicas correspondientes era incuestionable.

Poco puedo decir yo de lo ya señalado por otros en relación de la bonhomía y de su compromiso con el servicio a la comunidad. Jokin era un buen hombre. Afable, callado. Amante del rigor y de evitar la tensión y los conflictos. Una persona aparentemente tímida. Con un don especial para explicar con claridad sus ideas. Sin levantar nunca la voz, pero siempre, siempre, con su verdad por delante. Euskaldun peto-petoa. Aita maitekorra.

Comencé a tratar con él, por razón de la responsabilidad interna en mi partido, desde que hace cinco años accediera al cargo de diputado foral de Hacienda de Gipuzkoa. Como todos los responsables de la “foralidad” –de aquí o de allá– defendió con denuedo su ámbito y su responsabilidad. Sin alimentar el agravio que algunos tanto buscan. Al contrario, Jokin siempre trabajaba por alcanzar acuerdos, algo especialmente agradecido en estas situaciones. Y más por quienes, como en mi caso, hemos tenido el mandato de coordinar ámbitos institucionales.

En las últimas semanas, junto a los otros dos responsables territoriales del área hacendística, se había convertido en los ojos, las manos y la interlocución del PNV en el proceso de actualización del sistema tributario y financiero de los Territorios Históricos de la Comunidad Vasca. Jokin formaba parte del equipo de expertos encargados de evaluar y presentar las reformas necesarias para que, en consenso, fueran aprobadas normativamente en los próximos meses. Su papel en la ponencia creada en las Juntas Generales de Gipuzkoa fue significativo, pero aún lo era más en las conversaciones que, tras las bambalinas, se estaban prodigando para posibilitar un acercamiento entre las partes para poder elevar un texto común que testar en los parlamentos forales.

Perona entendía el sistema impositivo como un todo poliédrico. Un marco de justicia social que repartiera las rentas en progresividad y acorde con las posibilidades de cada cual, que hiciera de nuestro país un lugar atractivo para emprender, invertir y crear empleo de calidad y, al mismo tiempo, que dotara a las instituciones vascas de los recursos necesarios para prestar servicios públicos de calidad.

Bajo esas premisas trabajaba junto con el resto de jakintsuak delegados por el Euzkadi Buru Batzar para hacer posible un nuevo marco fiscal y tributario. Trabajo callado, de plena confianza. Buscando siempre el mejor acuerdo, pero huyendo de apriorismos o de complejos que siempre contaminan cualquier negociación.

Un recuerdo próximo de Jokin me quema hoy por dentro. En pleno proceso de trasposición de propuestas a otras formaciones, alguien pretendió sembrar la semilla de la duda interna. Y, al igual que con los otros interlocutores, me dirigí a él en tono grave y hasta imperativo, reclamando unidad de acción y cumplimiento de los acuerdos previamente determinados. Jokin tuvo la paciencia de escuchar mi explosiva reacción de tauro impetuoso. Y con su calma difícilmente olvidable me fue rebatiendo una a una mis dudas y sospechas. No contento con sus explicaciones, y a pesar de ser el inicio de un fin de semana, obligué a Jokin a trabajar duramente durante el merecido descanso de sábado-domingo –restando tiempo a su conciliación familiar– para, el lunes, tener el camino despejado a una negociación abierta y sin cortapisas en el marco de la ponencia desarrollada en las juntas guipuzcoanas.

Jokin lo tenía claro. Sabía cuales eran sus- nuestros límites, las líneas rojas. Pero nunca perdió el ánimo de alcanzar un acuerdo que diera cobertura a nuevas necesidades como la transición energética, la crisis demográfica, el mundo de la previsión social voluntaria, el empleo de calidad… etc.

Las últimas palabras que cruzó conmigo fueron de confianza; “tranquilo, que llegaremos a un acuerdo”. Quedamos en vernos en septiembre. No será posible. Por desgracia. Lo lamento. Y mucho.

Mi reconocimiento a Jokin Perona. A su callada pero valiosísima aportación a este país. A su entrega y compromiso con Gipuzkoa, con Euskadi. Y a su lealtad al Partido Nacionalista Vasco de quien ha sido, sin necesidad de carnet alguno, un representante magnífico. Eskerrik asko, Jokin. Un fuerte abrazo a su familia, a sus compañeros-as de Gipuzkoa. Y un mensaje de cercanía y de complicidad para con todos aquellos que viven comprometidos con el servicio público. ¡Maldita pedrada! l

Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV