José Luis Mendilibar conseguía el miércoles el título de la Conference League para el Olympiacos griego. Lo hacía a los 63 años de edad y apenas una semana después de que Gasperini, técnico del Atalanta, hiciera lo propio con el trofeo de la Europa League; este a los 66. Y mañana mismo, Carlo Ancelotti, que en pocos días cumplirá los 65, levantará al cielo de Londres una nueva Copa de Europa para un Real Madrid que no sé exactamente cuántas puede llevar ya –he perdido la cuenta– aunque estoy seguro de que son más de las que merece y muchísimas más de las que quien escribe estas líneas puede soportar. Filias y fobias a un lado, podríamos decir que esta va a ser, al menos en lo que al fútbol europeo se refiere, la temporada de los sexagenarios. Unos sexagenarios que se llevan la gloria que solo otorgan los títulos continentales a pesar de la expectación –y admiración– que ha generado el fútbol practicado por los equipos de dos jóvenes entrenadores vascos como Xabi Alonso –campeón de Alemania– o Mikel Arteta, que ha tenido que conformarse con un más que digno segundo puesto en la Premier. Más digno todavía, si tenemos en cuenta que quien le ha arrebatado la posibilidad de ser primero ha sido nada más y nada menos que un tal Pep Guardiola, que a los 38 años ya había logrado todos los títulos posibles.
No era mi intención escribir un artículo de panenkita, que es como se hacen llamar ahora los estudiosos del fútbol, sino aprovechar estos acontecimientos para hacer una reflexión, con tintes de reivindicación, sobre lo necesarias que son las personas de más edad en las organizaciones. Personas que aportan experiencia y conocimientos que, sumados a la frescura y la energía de las generaciones más jóvenes, hacen más fácil abordar todos los retos que se puedan plantear, ya sea ganar una competición deportiva, aumentar la cuenta de resultados de una empresa o mejorar la calidad de vida de un país.