Pasada la Navidad, llegan las rebajas. No solo las comerciales, también las emocionales. De hecho, el tercer lunes de enero está considerado el día más triste del año. ¿Las razones? Vemos que los propósitos establecidos no se cumplen, no se otean días de fiesta en el horizonte, el tiempo no es muy agradable… En definitiva, la vida se estanca en la rutina. Claro que no solo son temas personales: la situación política, económica o internacional no ofrece motivos para la esperanza. Las ilusiones disminuyen, las enfermedades mentales aumentan. ¿Qué podemos hacer? ¿Existen instrumentos o mecanismos que podamos usar?

Para empezar, tenemos dos barreras de comportamiento personal que debemos derribar. La primera es el uso indiscriminado de las pantallas, sea para informarnos, jugar, cotillear y comunicarnos con los amigos. Recordemos que el teléfono móvil está diseñado para engancharnos. Vamos, que provoca adicción. Su uso permite una curiosa relación causa efecto, que enseña el funcionamiento del autoengaño. La cuestión es que muchas veces nos decimos a nosotros mismos: “Menudo frío… Voy a consultar el tiempo que va a hacer estos días”. En realidad, estamos buscando una excusa para mirar nuestro aparato. Somos así.

Es interesante profundizar en otro aspecto individual. Se trata de nuestra percepción: siempre que observamos un suceso intentamos asignarle una causa. Y la realidad es muy compleja. Desde muchas causas para un efecto a una causa para muchos efectos tenemos una amplia variedad de posibilidades. Es más, incluso cuando la relación es sólo de causa efecto podemos confundirnos. ¿La falta de autoestima provoca trastornos de déficit alimentario o es al revés? En este caso la respuesta no está clara. En otros casos sí, y es sorprendente: está demostrado que la delincuencia crea bandas callejeras. De la misma forma, consultamos el móvil y de paso vemos el tiempo.

Ilusiones

La segunda barrera es la batalla contra la comodidad: nuestro cerebro la prioriza sobre el bienestar a largo plazo. Por eso nos cuesta tanto resistirnos a la tentación. Por eso cuesta más coger el hábito del deporte, la lectura o la dieta que el hábito del sofá, la serie de Netflix o los dulces.

En un mundo caótico, inundado de las denominadas “policrisis” y con el gran misterio de comprender cómo la inteligencia artificial va a afectar en nuestras vidas (que por cierto, lo hará a un nivel exponencial), ¿cómo crear ilusiones? ¿En qué podemos creer? ¿En las religiones? ¿En la ciencia? ¿En un club deportivo? ¿En una marca? ¿En una droga que nos permita evadirnos de la realidad?

Merece la pena romper una lanza por los jóvenes. Por un lado, se les valora: “Es la generación más preparada de siempre”. Por otro lado, se les infravalora: “Son unos consentidos y están acomodados”. La realidad, sin embargo, es una escala de grises.

“La juventud ama al lujo. Es mal educada, desprecia a la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar”. Esta expresión, de hace 2.500 años, pertenece a un tal Sócrates. La idea persiste y sin embargo, ellos deben pelear por su futuro mientras otros esperan la llegada de la jubilación para contemplar las nubes. No. No puede ser. Se estima una pérdida de 150.000 millones de euros en capital humano como consecuencia de la emigración en España. Es un desastre. Mientras se plantean políticas de alquiler que se han demostrado calamitosas (como el establecimiento de precios máximos que siempre provoca escasez) o les otorgan “pagas culturales” para ganar sus votos, nos olvidamos de otras posibilidades más efectivas: estimular la oferta de vivienda, adaptar el mercado educativo al mercado laboral (el Gobierno vasco proporciona un ejemplo de éxito con las prácticas de la Formación Profesional) o estimular desde la vida familiar la creatividad, el emprendimiento y el método prueba/error. Recordemos que en un estudio de la revista científica The Lancet realizado a 10.000 jóvenes de 10 países distintos, para un 75% de ellos el futuro es aterrador y para un 56% la humanidad está condenada.

Si no adaptamos de forma real nuestras políticas y comportamientos al desarrollo personal de los jóvenes las ilusiones futuras de la sociedad quedarán difuminadas. Por desgracia, muchos de nuestros “representantes” están a otras cosas.

Respecto de las ilusiones del resto de personas, las recetas son conocidas. Tener un propósito en la vida, disfrutar de las pequeñas cosas, sonreír, realizar voluntariados, tener aficiones o pasar el tiempo con quienes apreciamos son opciones que cada uno debería elegir según sus preferencias personales. Existen dos recetas menos usadas.

En un mundo con tantos mensajes de “autoayuda” fácil y barata es prioritario aprender a gestionar nuestras emociones cuando lleguen las curvas, que llegarán. También es muy apropiado aprender a gestionar las palabras que nos decimos a nosotros mismos (estadísticamente, entre 300 y 1.000 por minuto) para minimizar los pensamientos intrusivos y lograr la acción que permita cumplir nuestras ilusiones.

Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela