España arde, esta vez literalmente. Pero, citando el clásico montoriano, “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”. Algunos navegan entre el y tú más y el creerse capaces de solucionar en media tarde cualquier problema sin importarles en absoluto alimentar ese problema si eso sirve a su propósito, que es llegar al poder o mantenerse en él. El ministro de Transportes se permite pontificar desde las redes sociales al grito de están de farra contra los dirigentes populares de Castilla y León en plena ola de incendios. Avezado político de colmillo afilado, atisba otro affaire al estilo Mazón. Se agradecería ese mismo ataque de efusividad pública cada vez que el servicio ferroviario español se va al guano, por ejemplo; pero en ese caso, la hiperactividad declarativa es del equipo contrario. La respuesta de las filas populares, cómo no, ha sido también de libro: la culpa de todo es de Moncloa. Todo muy caso dana, es verdad. Mucho señalar culpables, mucho blablabla para enardecer a las masas –para eso las redes sociales son la perfecta correa de transmisión, por cierto–. Y eso, “que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”. De paso, quienes deberían asumir responsabilidades por ser gestores tienen la excusita perfecta para intentar que todos miremos el dedo en lugar de la luna y escurrir el bulto. Mientras, han muerto personas.
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