Hay cosas que parecen no cambiar nunca. Y es que hay instintos y percepciones en los seres humanos que están grabados en el subconsciente que sin darnos cuenta, condicionan nuestro comportamiento.
Los expertos señalan, por ejemplo, que la afición innata de las personas por la caza, la pesca o la agricultura viene dada por el rol de nuestros antepasados neandertales o sapiens por obtener comida, haciéndose cazadores-recolectores. Hoy prácticamente nadie caza animales para nutrirse, pero en lo más profundo de nuestra psique existe un mecanismo que nos alienta a capturar animales, peces o a batir el bosque en busca de hongos, setas o bayas.
Es la herencia que nos ha dejado una forma atávica de vida. Lo mismo ocurre en el pensamiento político. En el hipocampo cerebral de los dirigentes de la Izquierda Independentista parece haberse establecido un recuerdo permanente del pasado que ni el blanqueamiento más efectivo consigue eliminar. Y así, cuando menos lo esperas, surge la barbaridad o la evocación épica de conductas reprobables por violentas y dañinas a la colectividad.
Eso parece haberle sucedido a Arnaldo Otegi quien, una vez más, ha vuelto a enredarse con las emociones íntimas de su “tribu” al aplaudir públicamente la salida de tono de un remero bermeano que, para festejar el éxito de su embarcación en la regata de la Concha, tuvo la desafortunada ocurrencia de dedicárselo a los presos de ETA y en especial a uno, Iurgi Garitagoitia (condenado por el asesinato de Inaxio Uria).
Otegi, tan prudente en ocasiones por temor a “asustar” a la opinión pública española en la actual fase de operación cosmética de EH Bildu, actuó sin filtro y dio rienda suelta a sus pensamientos más profundos aplaudiendo emocionado en las redes sociales la controvertida dedicatoria del arraunlari vizcaíno. No resulta extraño que el dirigente de EH Bildu tenga presentes a los presos de ETA, pues sus pretensiones son básicas en la cohesión interna de su organización y porque, además, su colectivo es nervio sensible de la parroquia que sustenta a la “izquierda independentista”.
Tampoco Otegi ha ocultado que la población reclusa es su principal preocupación, y que por ella ha hecho que EH Bildu dé volatines políticos tan descabellados como el de apoyar ciega y gratuitamente a Pedro Sánchez en su periplo por el gobierno español. Recordemos aquellas declaraciones pronunciadas en un acto interno que, por el descuido de quienes no cortaron la emisión abierta en streaming, descarnaron a los ojos de todos la estrategia pura y dura de la izquierda abertzale de intercambiar votos por presos. Estabilidad de un ejecutivo español a cambio del acercamiento semanal de presos y más adelante (en lo que están ahora), eliminación de la legislación excepcional que alivie la duración de las condenas.
No, no critico tales decisiones. Simplemente señalo que son las que son para que nadie se lleve a engaños.
Lo que me ha extrañado sobremanera es que, a las primeras de cambio, al dirigente de EH Bildu, se le haya ido la pinza y, quizá henchido de euforia, se le calentara la boca cometiendo el error de aplaudir la intervención apologética del remero de Urdaibai.
Otegi tenía que haber pensado más lo que decía, sobre todo por el hecho de que en la tripulación de otras traineras que habían competido en la regata donostiarra figuraban dos víctimas huérfanas de ETA (Arkaitz Díaz y Naroa Leonet) o que la empresa de Inazio Uria (la víctima por cuyo asesinato fue condenado el “recordado Iurgi” ) patrocina igualmente una embarcación que participa en este deporte (Zumaia).
Pero no. A pesar de todos los esfuerzos por sumarse al compromiso ético para presentar en sociedad una “renovada” izquierda independentista”, a pesar del cambio de ropajes, de estilismo, la “burra volvió al trigo” o la “cabra siguió tirando al monte”, poniendo en evidencia que, a pesar del aggiornamento o del cambio de look experimentado para ganarse el reconocimiento público, a la “izquierda independentista” aún le queda un largo camino que recorrer para que pueda ser tratada sin reproche democrático alguno.
Resulta evidente que el patinazo de Arnaldo Otegi iba a ser puesto en cuestión por la mayoría de las fuerzas políticas e institucionales vascas, pero lejos de, humildemente, reconocer el error y disculparse ante la metedura de pata, los representantes de la Izquierda independentista se han sentido “víctimas” de un linchamiento “trumpista”, “ayusista” pero con “label vasco de calidad”, en una clara alusión al nacionalismo vasco de Ortuzar y Urkullu. Lo que nos faltaba, que el error político fuera de los demás y que Otegi y sus mariachis se presentaran como los agredidos en esta polémica protagonizada y creada exclusivamente por su incontinencia verbal.
Pero lo de culpabilizar siempre a los demás, lo de acusar al resto de “enfangar” la política vasca también es atávico en el comportamiento de EH Bildu. Resulta sorprendente que los mayores “alfareros” del país imputen al resto de “embarrar” la política. Otro día hablaremos de la porquería removida por EH Bildu en el denominado caso Bidegi, con la utilización torticera y sesgada de las instituciones, denunciando sin fundamento para dañar la imagen, el prestigio y la honorabilidad del adversario. Denuncia que, archivada por los tribunales, han seguido impulsando y manteniendo “ya que la ciudadanía tiene derecho a conocer la verdad”. ¿Qué verdad? ¿La verdad de Larraitz Ugarte? Si ni tan siquiera se asume un fallo judicial de sobreseimiento, ¿quién embarra la convivencia?
Hay cosas que no parecen cambiar nunca, aunque la mona se vista de seda y apele solemnemente a “tender la mano” para alcanzar “acuerdos de país”.
Parece que vivimos en un bucle en el que unos dicen las cosas sin pensar, y así les luce el pelo después. Y otros, en efecto pendular, piensan demasiado lo que van a decir, porque su intención también es la de favorecer la confrontación. ¿Cómo se puede pedir la no exhibición de una película sin haberla visto previamente? Solamente se le ocurre tal majadería a quienes se creen depositarios de la verdad revelada, los que piensan que suya es una supremacía moral que debe imponerse y amparan su intolerancia en una supuesta defensa de la libertad. Sí, han vuelto los censores. Los que, como Otegi, pero en el polo contrario, se sienten por encima del bien y del mal.
Ha comenzado el nuevo periodo de sesiones, la nueva agenda política tras el verano, y el comportamiento de diferentes agentes nos recuerda “el día de la marmota”. Hasta Andueza se ha apuntado a la disonancia y a lucir perfil. Como si le sedujera más ser oposición que gobierno. ¿Será porque, como dijera Otegi –aquí le doy la razón– se huele ya a elecciones?,
Solo faltaban ellos. Los sindicatos vuelven por sus fueron en el sector público. Habían anunciado un “otoño caliente” y tenemos ya en el calendario dos jornadas de huelga en todo el mapa institucional. Reclaman, entre otras reivindicaciones, un incremento salarial para el próximo ejercicio del 12%, situar la temporalidad por debajo del 8% o la euskaldunización plena en todas las instituciones en los próximos 15 años.
La tabla de propuestas es mucho más numerosa y el conflicto, si no se produce un acercamiento a posiciones más realistas, se vaticina severo y largo. Una ofensiva que se veía venir y que se sumará a los múltiples frentes abiertos (Osakidetza, Ertzaintza, transporte, educación, residencias...) que parecen programados como la “tormenta perfecta” a la que tendrá que hacer frente el partido gobernante en Euskadi.
Y, del Estado, mejor no hablar. Feijóo se enfrentará a su investidura los días 26 y 27. Con Aznar como telonero que le marca el camino a seguir, en una vía abierta a la polarización y el enfrentamiento. Retomando capítulos pasados de choques de legitimidades. Controversias y disputas de unos y otros que nos alejan del acuerdo y de la estabilidad. Nada nuevo, por tanto. Vuelta la burra al trigo.
Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV