Supongo que ya se habrán dado cuenta de que las empresas –y asociados– dedicadas a la instalación y gestión de alarmas en domicilios y negocios están inundando el mercado de aparatos, cámaras y demás sistemas y que sus anuncios publicitarios proliferan por todas partes. Real o no, venden seguridad. Sensación de seguridad. Apelan a “proteger lo que más quieres”. En un spot televisivo, alguien dice que lo que más le preocupa es que le “okupen la casa”. Hay quienes opinan incluso que ciertos medios y ciertos partidos, en ambos casos de la derecha, están exagerando, sobredimensionando y extravalorando las informaciones sobre delincuencia y falta de seguridad y cargando las tintas respecto a las okupaciones y desokupaciones de viviendas, sugiriendo una conexión precisamente con estas empresas de alarmas. Es lo que yo acuñaría como nueva acepción del término alarmismo: generar alarma para vender alarmas. Negocio redondo. También pasa en política. La creación de situaciones de alarma es una táctica muy propia del populismo. No falla. Salvo en aquellos lugares en los que está en el poder, no hay campaña electoral en la que la derecha no ataque al gobierno de turno con la falta de seguridad, que, además, suelen ligar de manera torticera con la inmigración. Es la apelación a los sentimientos primarios del ser humano. No muy diferente es el asunto de ETA, siempre recurrente en la derecha, incluso más de una década después de la desaparición de la violencia terrorista. “ETA está viva, está en el poder”, dice Isabel Díaz Ayuso, postulante lideresa del PP. “Los cimientos de la Ley de Vivienda se levantan sobre las cenizas de Hipercor”, muge un miembro de la dirección del PP aprovechando el grave error de EH Bildu de haber incluido a exmiembros de ETA condenados en sus candidaturas a las elecciones municipales. Puro e indecente alarmismo, aunque nada que no hayamos visto antes muchas veces. Creen que el alarmismo funciona, pero en vez de vender alarmas, compran votos.