Cipriano de Rivas Cherif (Madrid, 1891-Ciudad de México, 1967) fue un notable dramaturgo, poeta, periodista, traductor y crítico literario; además, era cuñado y consejero de Manuel Azaña, presidente de la II República española, de quien dejó escrita una más que interesante biografía titulada Retrato de un desconocido. Rivas Cherif, intelectual viajado y políglota, llevaba peor que mal lo que llamaba el “madrileñismo de ventorro y jarana”. También el propio Azaña descalificaba “la majeza y el casticismo madrileño” que el poeta Antonio Machado extendía a toda “la España de charanga y pandereta”.

Madrileñismo de ventorro y jarana

¿Por qué me vienen a la cabeza tan perspicaces citas de tan ilustres autores? Abróchense los cinturones, pues mi fuente de inspiración es Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Esta señora, que no pierde ocasión de decir majaderías, comenzó su carrera como política especializada en descalificaciones y mentiras con aquella arenga al Madrid “pandillero y callejero” durante la pandemia, casi calcado del madrileñismo de ventorro y jarana que traía a mal traer a Rivas Cherif. Con la diferencia de que lo que para uno era de lamentar para la otra es de celebrar. Y le fue bien a la doña, pues muchos madrileños, especialmente jóvenes, recibieron entusiasmados esa invitación a la juerga y el desfase restringidas por evidentes razones de salud pública durante la pandemia. Su popularidad creció convertida ahora en adalid de las libertades, entendidas como libertad de ventorrillo y jarana. Así que nada nuevo bajo el sol.

Díaz Ayuso y su jefe de gabinete, el borrachuzo convicto Miguel Ángel Rodríguez –también conocido como MAR desde su época como asesor de José María Aznar (Dios los crea y ellos se juntan)– han descubierto la identidad madrileña, que tiene más que ver con la ideología de baratija que con la cultura o idioma común. De lo que se trata es de sembrar a diario los medios de comunicación tan favorables a los políticos en el seno de la ola con frases cortas, fácilmente reproducibles y normalmente mendaces, pero aliñadas con gotas de verosimilitud. Una especie de honestidad de segundo grado que va mucho más allá de las mentiras habituales de la vida. De lo que se trata es de retorcer la verdad para colar mejor la mentira; su maestro Goebbels ya sentenció: “La propaganda no debe mentir, tiene que ser creativa”.

Hace unos días, Isabel Díaz Ayuso la volvió a liar. Por cierto, la llaman Isabel Ayuso, no sé si por resultar más distintivo despojarle del tan común Díaz o por resabios militaristas –de la mili recuerdo la costumbre de llamarnos a los soldados (y a muchos mandos) por el segundo apellido–. Se refirió a la Justicia Social como un invento socialista y comunista. Justicia es justicia y lo de social es una engañifa y falsedad, vino a decir, y nada más dijo, y poco más contestó cuando fue preguntada por tal barbaridad.

La JUSTICIA SOCIAL

En esta ocasión el desparpajo y la ignorancia caminaban del brazo. El término Justicia Social se contiene en la Encíclica Rerum Novarum (De las Cosas Nuevas), 1891. El Papa León XIII salía al paso de las teorías socialistas del siglo XIX contraponiendo la doctrina social de la Iglesia a la creciente descristianización de las masas trabajadoras influidas por el anarquismo y el socialismo. En el terreno político la Encíclica significó la carta fundacional de la Democracia Cristiana y en el sindical vasco, el origen del Solidaridad de Obreros Vascos, luego STV-ELA.

La ignorancia de Díaz Ayuso lo sabe todo de cosas de las que nada sabe, ni siquiera merece el desprecio; pero la nula reacción por parte del Partido Popular, que no ha dicho ni mu, contra su analfabetismo y la de sus asesores, me hace sentir escéptico respecto a los anhelos de verdad que la raza humana dice tener. Y lo digo con pesadumbre; después de muchos años de democracia en Europa llegamos a creer que el autoritarismo estaba muerto. Y no lo está. Ya no. Las declaraciones de Díaz Ayuso, tan coincidentes con las de Victor Orban (Hungría), Mateusz Morawiecki (Polonia), Giorgia Meloni (Italia) forman un montoncito de miseria que hincha los pechos de unos ciudadanos dispuestos a entregarse al consumo de una política hedonista y superficial que no ha venido para quedarse, pero sí para durar mucho tiempo; porque, como el amor, llega con la velocidad de la luz y la separación con la del sonido.

En el fondo, la declaración de Díaz Ayuso es un reflejo pálido de la enloquecida consigna de Margaret Thatcher: “La sociedad no existe”, con la que puso a los británicos en la senda del neoliberalismo con la actual desigualdad y fraccionamiento social como resultado. Porque lo que hace que una política sea buena no es la política en sí misma, sino qué sigue a qué en una política. La libertad es un sentimiento y una confianza en los demás al mismo tiempo. La libertad es la negociación entre nuestros derechos como individuos, también la propiedad privada como señalaba la Rerum Novarum, y nuestro papel como miembros de una comunidad, incluidas nuestras responsabilidades respecto a las generaciones futuras que habrán de habitar este planeta. Por ello, quienes niegan la razón de ser de la Justicia Social adoran la palabra Justicia, pero la odian de corazón.

Según termino estas líneas escucho que la presidenta de la Comunidad de Madrid matiza o rectifica, confusa como siempre, lo de la “Justicia Social”. Es intrascendente, lo trascendente es que hablando de Díaz Ayuso estamos hablando del futuro inmediato de la política española, aunque Machado escribiese que “ni está el mañana ni el ayer escrito” (El Dios íbero), hay suficientes datos demoscópicos que confirman una posible victoria electoral del PP con la muleta de Vox, es decir “ayusismo” hecho carne política.

QUÉ HACER

¿Qué podemos hacer los vascos, en su mayoría contrarios a ese indeseable futuro? Pues poner proa al temporal que ya nos anunciaba hace un par de semanas Miguel Ángel Rodríguez en Durango cuando denunciaba que el País Vasco “sufre un ambiente irrespirable, sin libertad ni democracia que lo sitúan fuera de Occidente”. Pretender borrarnos del mapa político occidental es un claro deslizamiento hacia el fascismo que nos obliga a permanecer vigilantes en defensa de nuestras instituciones, Gobierno y Parlamento vascos, Diputaciones, Haciendas Forales, Ertzaintza y sociedad civil, piedra basal de las anteriores.

Pero mi preocupación más inmediata es el futuro de la España política de la que tanto dependemos. Y llegado a este punto y visto que en España no hay continuidades políticas sino dientes de sierra donde el que llega desfigura cuando no deshace lo anterior (recuerden a Núñez Feijóo anunciando importantes derogaciones legales cuando llegue al poder). Así que me despido recordando lo escrito por Manuel Azaña: “El pueblo español es tan admirable como usted quiera, como todos los pueblos, después de todo: pero no sé bien qué quiere decir eso. El pueblo español es una cantera. Para hacer de ella una estatua o un edificio, hay que labrar la piedra lo primero. En España todo está siempre por hacer”. La eterna vuelta a empezar, añado yo. ¿Cómo escaparnos de esa eternidad?