Posiblemente hace ya casi 40 milenios, los europeos confeccionaban vestimentas usando un punzón de hueso para atravesar el cuero, obtenido de caballos o bisontes. La idea de usar una aguja, es decir, un hueso con un ojo para pasar un cordel, fue posiblemente posterior aunque las agujas más antiguas conocidas en el norte de China podrían venir de hace 45.000 años. La cuestión es importante porque las ropas permitieron al Homo sapiens afrontar los rigores del tiempo glacial que reinaba en esta zona del mundo, y al disponer de ropa entallada que mantenía los cuerpos más calientes y permitía una buena movilidad, fue un factor importante de supervivencia. Saber ser sastres nos lo permitió (y me incluyo porque todas las que estamos viviendo ahora venimos de esas primeras personas). Hace más de 30 milenios, que es un montón de tiempo después de las primeras confecciones de ropa pero aún así para nosotros sigue siendo muy atrás en ese espejismo que llamamos “tiempos prehistóricos”, alguien marcó en un hueso de ciervo una serie de marcas que se ha considerado el primer calendario de las lunas jamás realizado, indicando las lunas llenas y los cuartos con detalle. Disponer de calendarios permitió comprender mejor los ciclos de la naturaleza y aprovechar la ventaja que ello daría para poder cazar o recolectar. Mucho después sería fundamental para la agricultura o la ganadería.
Resulta curioso, quizá macabro, que ahora compremos verduras o carne todo ya en envases y hasta procesado; que la vestimenta nos venga de niños sastres pobrísimos del otro lado del mundo, todo a través de una cadena que debería haber sido de otra manera pero es lo que hace el capital. Si a nuestros sastres del comienzo de los tiempos les preguntáramos por lo que hoy vivimos saldrían corriendo perdiéndose en la nieve.