Cinco condenados en libertad, 35 condenas reducidas, 8 Audiencias Provinciales que difieren del criterio de la Fiscalía, una ministra de Igualdad que acusa a los jueces y juezas de machistas e incumplidores e incumplidoras de la ley, una concejala que acusa a la ministra de estar donde está porque la fecundó un macho alfa, una Ministra de Justicia desaparecida y ahora, una resolución del Supremo que corrobora la pena más beneficiosa en el caso Arandina, a pesar de elevar la condena. Este es el insólito balance de la entrada en vigor de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, también conocida como la ley de solo sí es sí. Son datos escalofriantes.
No sé qué me genera más estupor, si el desastre legislativo provocado o las reacciones políticas. Creo que ambas situaciones en igual medida.
Realmente, lo que más me enfada, disgusta y me cabrea es el hecho de la ausencia de la empatía con las víctimas. Nadie habla de las víctimas, esas mujeres que han visto su vida truncada, que han tenido que pasar por unos juicios dolorosos y vergonzantes porque en ocasiones, más de las imaginadas, han visto cuestionado su relato, su verdad. Han tenido que someterse a cuestionamientos sobre su relato, sobre su comportamiento y han tenido que justificar su falta de consentimiento.
No podemos obviar que esta ley viene generada por el caso de la manada. La Audiencia Provincial de Pamplona condenó a los violadores por abuso sexual, no por agresión. La diferencia entre ambos delitos era la existencia de violencia o intimidación. No apreciaron en la víctima su estupor ni su fragilidad y entendieron que su reacción carecía de los requisitos para considerar que se trataba de una violación. Posteriormente el Tribunal Supremo apreció que los actos eran constitutivos de agresión sexual. Como sociedad, no podemos tolerar más situaciones de inseguridad jurídica. En su contenido la ley de solo sí es sí es un acierto, pero en ningún caso debemos permitir que sea una vía de reducción de condenas.