Es 3 de agosto y todavía no sabemos a ciencia cierta si Víctor Laguardia será el capitán del Alavés en Segunda División. La incógnita quizás se disipe hoy y estas líneas resulten baldías, pero el culebrón está resultando ciertamente agotador. Han pasado 73 días desde el último partido en Mendi ante el Cádiz y los avances son escasos ante las posturas enconadas de unos y otros. Los periodistas, y también los aficionados, estamos ávidos de noticias durante el periodo estival, pero ya se sabe que en el deporte profesional lo que hoy es blanco, mañana es negro o viceversa. También está comprobado que las cosas de palacio van excesivamente lentas. Sin embargo, anida la sensación de que el tiempo corre ya en contra tanto del club como del futbolista. Ambos están mareando en exceso la perdiz. Si a Laguardia le parece insuficiente la oferta albiazul, debería emigrar. El club también haría bien en ir por otro central si ve que uno de sus iconos no está convencido de seguir en el proyecto. No hay tiempo que perder cuando el inicio liguero está ya a la vuelta de la esquina. También subyace la sensación –y esto es una opinión muy personal– de que, aun produciéndose la ansiada fumata blanca, puede quedar alguna herida sin cicatrizar en la relación entre las partes y ese no es un buen caldo de cultivo para el futuro.