Nos encanta la vida de camping. A nuestras txikis les permite la libertad de sentirse autónomas con la bici de aquí para allá y a nosotras la tranquilidad de que, si se estozolan (se pegan un leñazo, en el lenguaje propio de mi madre), están en un sitio seguro y cercano. Siempre escogemos camping para nuestras vacaciones, unos días en la montaña y otros en la playa, que para eso somos Géminis. No pedimos que tenga muchas cosas, una piscina como mucho. Y no solíamos fijarnos en las actividades para las criaturas que organizan en la mayoría porque las nuestras eran pequeñas y no tenían ni la más mínima curiosidad. Hasta este año. Una de nuestras mellizas preguntó un buen día en el desayuno entre tostada y tostada si podía ir a hacer las manualidades en el río. Al principio nos quedamos un poco en shock, sin saber muy bien qué contestar. Le di una patada a mi santo bajo la mesa y nos apresuramos a decirle que claro, hombre, y que, si a mitad de la actividad quería volverse, le dejábamos nuestro número a la monitora para que nos avisara. Qué ilusas. Mi hija se fue mochilita a la espalda tan campante y volvió pidiendo más. Y ahí ha empezado un imparable festival de juegos, de cuidar ponis, de retos en el bosque, de excursiones de cuatro horas, del que vuelve encantada. Su hermana le miraba como las vacas al tren, está tía está loca, pensaría. Pero también sabía que algo se estaba perdiendo y, tras sesiones interminables en la piscina, se armó de valor y se apuntó a jugar al fútbol. No nos vamos a quejar, oye. Allá que se han ido hoy las dos, más contentas que chupita. No hemos tenido que rescatar ni a la de nueva incorporación. Y al fin tú y yo hemos tenido un rato para mirarnos a los ojos. Bien para todas. Me abrazas y me dices que tendremos que buscar más campings con muchas actividades, que son un chollo. ¡Viva el camping! l