Lo mejor es enemigo de lo bueno, que dijo Voltaire. Pero por dónde tirar cuando no se atisba ni una cosa ni la otra, pongamos en la sede de ERC de la que Aragonés y Rovira van recogiendo sus trastos.

Cómo no entender el shock republicano una semana después de perder más de un tercio de los parlamentarios tras su apuesta posibilista en aproximación al socialismo para superar la convulsión de un procés que llevó al trullo a su líder Junqueras mientras Puigdemont hacía en Bélgica de president en el exilio. 

ERC afronta la elección diabólica entre ahondar en una colaboración con la sigla de la rosa donde gran parte de sus simpatizantes sólo ha visto espinas, dejando encima toda la pista soberanista para el despegue progresivo de Junts –que ya le aventaja en 15 escaños–, o favorecer una repetición electoral de tintes plebiscitarios entre Illa y Puigdemont, a riesgo de achicar aún más su espacio. Aunque dos claves internas podrían inclinar la balanza, a saber: la provisionalidad orgánica una vez fijado el próximo Congreso republicano para el 30 de noviembre y que no se adivine un candidato solvente para esos eventuales nuevos comicios de octubre, tampoco Junqueras al estar sujeto todavía a una inhabilitación sobre la que decidirán los jueces cuando la amnistía entre en vigor.

Ante la evidente necesidad en ERC de una reconstrucción civilizada, la lógica apuntaría a permitir un Govern de Illa en aras a evitar el bloqueo pero desde fuera para así disputarle la oposición a Junts. E igual –y a cambio– con la presidencia del Parlament en el zurrón. 

Otro incentivo de enjundia para ERC radica en que, invistiendo a Illa para abortar la tesis de otros comicios en otoño, situará a Puigdemont frente al espejo de su promesa de retirarse si no accedía a la Generalitat. El propio Puigdemont abona sin embargo su opción presidencial con un convencimiento impostado al objeto de presionar a ERC hasta la misma asfixia, un imposible para empezar aritmético al que se suma entusiasta Feijóo pero con el fin de propalar que Sánchez entregará la cabeza de Illa a Junts para conservar la Moncloa.

No sucederá, pues la normalización de Catalunya –y bajo liderazgo socialista además– constituye el aval principal de Sánchez para presentarse como un hombre de Estado y recuperar el terreno perdido en las europeas de junio. Y si la postconvergencia cortocircuitase la gobernabilidad española, pues qué mejor pretexto para que Sánchez justificase el adelanto electoral como un vis a vis con Feijóo, asido de forma patética al procés como si el independentismo catalán aún fuese mayoritario. 

Mientras la ciudadanía de Catalunya no divisa un horizonte de mínima certidumbre entre tanto humo, la institucionalidad vasca pisa suelo firme. Constituido nuestro Parlamento esta semana, PNV y PSE engrasan la extensión de su pacto en Lakua con el diseño programático compartido, incluida la preceptiva concreción de las prioridades y también de las divergencias. Para luego fijar una estructura gubernamental coherente y acabar con la elección de los mejores perfiles. La dichosa estabilidad, sí.