La participación de Israel contra toda lógica, la censura de los pitidos del público a su intérprete, la censura de cualquier imagen o mensaje en favor de la paz y en apoyo a Palestina y la descalificación de Países Bajos, a quien no dejaron actuar en la final del sábado por un “incidente” que nadie nos aclaró, han enturbiado el festival de Eurovisión, y lo que tenía que haber sido una fiesta ha sido todo decepción, con unos comentaristas en TVE, Tony Aguilar y Julia Varela, demasiado tibios al hablar de lo importante.
Empiezo por el principio: visualmente el escenario daba muchísimo juego y la realización estuvo acertada, dos ingredientes básicos para firmar una edición legendaria, que no lo fue por demasiadas razones que no entran aquí. Loreen, la ganadora del año pasado, no estuvo el primer día por lo que fuera, así que tiraron del modelo Qué tiempo tan feliz para montar un revival con tres segundones (dos terceros en realidad): Chanel, su versión original, Eleni Foureira, y el sueco Eric Saade, quien les robó toda la atención por llevar anudado en la muñeca un pañuelo palestino, regalo de su padre, lo que cabreó a la organización del festivalero festival, que censuró su actuación en las redes. Después se preocuparían por las uñas de Portugal.
Segunda semifinal: sin la ganadora del año anterior, que tampoco actuó por lo que sea, el arranque al menos fue ingenioso y muy divertido con ese gag de las presentadoras (la icónica Petra Mede y la debutante Malin Akerman) emulando a Loreen interpretando Tattoo, la canción ganadora del pasado año, en una máquina de rayos uva. En el intervalo, más cantantes olvidados se pasaron por allí para cantar sus cosas con tropecientos eurofans, vía webcam, en una idea reciclada de años atrás, que entonces funcionó mejor.
Y ya en la final del sábado, más cantantes olvidados, una recreación de Abba, un desfile de banderas anodino (blanqueando a Israel) y la actuación de Loreen, por fin, escondida en el intervalo. Por aquello de que si no quieres caldo, toma dos tazas, Israel estuvo cerca de ganar y el televoto español le regaló sus 12 puntazos.
A cambio, la Zorra de Nebulossa sonó después del primer intermedio para ir a mear. Ya saben que el sorteo es una filfa y ahora Eurovisión coloca las actuaciones a su antojo en nombre del espectáculo, mientras se asegura que gane quien quieran que gane. La actuación de Nebulossa (con el donostiarra Iosu Martínez en el dúo de bailarines) fue potente y muy bien ejecutada aunque, lejos de ganar (puesto 22 de 25), ha demostrado que la vieja Europa no está preparada para un hit juguetón que no sea europrefabricado o, peor, que mientras aplaude a Israel, se escandaliza por un culo (o dos) si son de hombres. ¿Alguien ha calculado ya cuántos años ha retrocedido este año Eurovisión?