o confieso, no me gusta Cristiano Ronaldo. Nunca he entendido por qué en muchos oficios se aparta a quien incumple los códigos éticos; y en el fútbol profesional, a algunos personajes como el susodicho Ronaldo, no. Para quienes no consumimos con asiduidad información deportiva, a este futbolista solamente lo conocemos por pisotear con ira el brazalete de capitán de su selección, cuando fue eliminada en la Eurocopa. O, como ocurrió hace poco más de un mes, por arrebatarle con furia el móvil a un niño autista, que estaba grabando la salida del campo de su equipo.

Es verdad que, para arreglarlo, luego Ronaldo se vuelca en su lavado de imagen. No dudó en aprovechar el cataclismo en La Palma a cuenta de la erupción del volcán, para mostrar un gesto solidario y vocearlo por las redes sociales. Concretamente, firmó una camiseta suya con la dedicatoria "Todo mi apoyo para la isla bonita". Luego la mandó a La Palma para que allí la subastaran y que lo recaudado fuera para las personas afectadas por el desastre natural. Qué guay.

La presión por tener que ser números 1 es la excusa con que se justifican de sus arrebatos de furia, no solo Ronaldo, sino también diferentes deportistas profesionales a quienes se conoce por romper las raquetas en la cancha, insultar a quienes arbitran o incluso agredir a sus fans.

Sin embargo, esta excusa definitivamente no sirve. Ronaldo tiene un sueldo bruto de 9 millones de euros al mes, según la web Statista: 250.000 euros cada día. Por cada post patrocinado que publica en su cuenta de la red social Instagram (para publicitar algún producto), gana 1,35 millones de euros. Sus nóminas millonarias le obligan, a Ronaldo y al resto que pierden los papeles cuando se enfadan por perder, a tener siempre una conducta intachable, porque son personajes públicos y son modelos de comportamiento. Sobre todo, para niñas y niños, chicas y chicos, que les observan sin pestañear y les imitan. Son sus ídolos.

De hecho, tal caché millonario incluye, además de ser la élite del deporte, mostrar un comportamiento ético acorde con ese nivel. Qué menos. Son influencers (como se les llama hoy en día) en tanto influyen, no solo en cómo se peinan o visten nuestras hijas e hijos, sino también en cómo se comporta cada menor cuando entra en un campo de fútbol o cancha, en una jornada de deporte escolar.

Pero el comportamiento de Ronaldo no es el único criticable en el deporte en general, y en el escolar en particular. Me refiero al comportamiento de ciertos padres durante los partidos, que no dudan en insultar a quien arbitra un partido cuando le saca una falta a su niña o niño, o agredir verbalmente desde las gradas a otros padres, o incluso vociferar a otras niñas o niños que están jugando.

Fue sonado el caso de una bochornosa pelea entre progenitores en un campo de fútbol escolar en Murcia, que acabó en una sanción ejemplar para los padres: dos años sin poder pisar un campo y 6.000 euros de multa. También han trascendido a los medios ejemplos de incidentes en los que chicos negros han sido objeto de insultos racistas desde la grada. Basta con escuchar al jugador Iñaki Williams hablar de los gritos de mono o de los sonidos simiescos que a veces se escuchan en los campos, para saber a qué nos referimos.

Para evitar estos comportamientos, son cada vez más frecuentes las campañas para promover la deportividad en los juegos escolares, como la del Ayuntamiento de Aranjuez, que editó hace un tiempo un decálogo de peticiones de las niñas y niños a sus padres cuando iban a verles jugar:

-1. No me grites en público.

-2. No le grites al entrenador.

-3. No menosprecies al árbitro.

-4. No menosprecies a mis compañeros.

-5. No te olvides de que es solamente un juego...

Este decálogo es fundamental para mantener la esencia natural del fútbol y del resto de deportes. Y es que la esencia está en el respeto entre contrincantes, en el terreno de juego y en las gradas. Se ve en las muchas historias de deportividad que ocurren, aunque no ocupen portadas en la prensa. Por ejemplo, equipos que lanzan el balón fuera cuando el contrario está tendido en el suelo. O se niegan a jugar cuando se escuchan insultos racistas contra el rival en la grada. O jugadoras y jugadores que consuelan al contrario al finalizar un partido.

En este tipo de gestos se ve el importante papel educativo jugado por los entrenadores y entrenadoras. Ahora que acaba el curso, toca aplaudirles por enseñar y persistir en las reglas del juego limpio. Porque con el deporte no se juega. l

La esencia está en ?el respeto entre contrincantes, en ?el terreno de juego ?y en las gradas

"Papá, no le grites ?al entrenador" es una de las peticiones de ?las niñas y niños a ?sus padres