orren malos tiempos para la lírica antimilitarista, usando el estribillo del grupo musical Golpes Bajos de los ochenta. Entiéndase por malos tiempos estos que estamos viviendo hoy, en los que por la agenda pública pasan desapercibidas, sin pena ni gloria, informaciones escandalosas sobre nuestra militarización progresiva. Concretamente, sobre incrementos astronómicos de gasto militar anunciados estos días. O sobre la fabricación y exportación de armas desde el Estado español. O sobre el envío de tropas norteamericanas a Somalia. Ocurre que las noticias sobre Ucrania están monopolizando gran parte de nuestra mirada internacional; y a la opinión pública nos están colando acontecimientos que en el pasado habrían resultado escandalosos, pero que hoy en día no vemos, o vemos y no nos impactan.
La Comisión Europea acaba de instar a que la UE se rearme; y a que los Estados miembros repongan sus reservas de material armamentístico, vaciadas tras los envíos a Ucrania. Sí. Ha leído usted bien. La consigna europea es que los países nos militaricemos más, y aumentemos nuestro gasto en defensa.
Ante ello, segunda noticia: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está estudiando aumentar el gasto militar hasta cumplir el 2% del PIB solicitado por la OTAN.
Resulta curioso que estas decisiones políticas no hayan provocado un aluvión de manifestaciones y protestas, como las que se convocaron, por ejemplo, durante la invasión de Irak, que nos sacaron a tanta gente a la calle a gritar "No a la guerra".
Hoy, sin embargo, se acepta sin discusión ese aumento estratosférico del gasto público militar. Se acepta que las industrias de armamento, incluidas las vascas, vean como una oportunidad de negocio la necesidad de más armas. Así se describe en el documental La Guerra Empieza Aquí y en el libro del mismo título presentado antes de ayer en Donostia, que desgrana el funcionamiento de la industria vasca para la guerra.
En resumen, pareciera como si este conflicto de Ucrania hubiera anestesiado nuestra conciencia pacifista y antimilitarista, y estuviéramos aceptando que las guerras se arreglan a base de bombazos.
El riesgo adicional de este cambio de mentalidad es que pasemos a aceptar las armas como solución. No podemos olvidar que conflictos armados activos hoy en día hay muchos, no solo en Ucrania: Siria, Afganistán, Mali... Esta misma semana el periodista Pascual Serrano tuiteaba: "Mientras estáis indignados porque Rusia invade Ucrania, EEUU está invadiendo Somalia. Lo digo por si queréis enviar armas a los somalíes, llevarlos a Eurovisión, o enviar a Bono a dar un concierto, o al cocinero ese (refiriéndose al famoso chef José Andrés) que ha cambiado el nombre de la ensaladilla rusa" y ahora le llama "ensaladilla Kiev". Surrealista.
No pecamos de ingenuidad. Sabemos que legitimar la violencia y dar carta de naturaleza al uso de armas en Ucrania, en Irak, en Yemen y en el resto de contiendas, tiene unos efectos económicos muy jugosos, a costa de miles de vidas humanas.
De ello da cuenta un informe del Centro de Investigación Delás, Amnistía Internacional y el Centro Europeo ECCHR publicado hace apenas diez días, sobre Exportación de armas españolas y presuntos crímenes de guerra en Yemen: "Casi 7.000 ataques aéreos realizados con armamento fabricado con participación de empresas españolas mataron a 3.670 civiles e hirieron al menos a 2.855 personas".
Estas atrocidades están siendo denunciadas en Araba por el colectivo ciudadano Mujeres contra la Guerra/ Emakumeok Gerraren Aurka. Desde 2016, las mujeres que lo componen salen a la calle cada tercer viernes de mes. Se concentran en la confluencia de las calles Dato y Postas de Vitoria, junto a quienes acuden a su convocatoria.
En su dinámica de denuncia, se percibe que el colectivo nació inspirado en el movimiento internacional Mujeres de Negro. Este surgió en 1988, cuando mujeres israelitas decidieron manifestarse públicamente contra su propio gobierno, vestidas de negro, por la ocupación de los territorios palestinos. Extendido a otros muchos países, el movimiento ha jugado un papel importante en denunciar las guerras, y en otorgar a la mujer un papel activo que trasciende la imagen de la mujer como víctima vulnerable.
Este papel activo hoy en día lo representan, entre otras, las redes clandestinas de feministas rusas, que han organizado una web y un canal de Telegram por la Resistencia Feminista contra la Guerra. También lo representa Yelena Osipova, una anciana de 77 años, que sobrevivió al sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, y que en marzo fue arrestada por la policía de Moscú por manifestarse en contra de la invasión rusa de Ucrania.
A ver si el activismo de Yelena y de otras mujeres contra la guerra nos va despertando de esta amnesia y despiste en el que andamos enredados. l
Nos están colando acontecimientos ?que en el pasado habrían resultado escandalosos
Europa se rearma ?y no lo vemos, o ?no lo queremos ver