efiendo con ahínco el ejercicio del debate político sin papel. Quizás son los años de trabajo parlamentario con el pinganillo en el oído durante horas y horas lo que lleva a quienes seguimos un pleno o comisión a la necesidad de momentos de frescura lejos del guion establecido.
Con Margarita Robles, sin embargo, me ha ocurrido lo contrario. El pasado miércoles la misma persona que en 1995 denostó la guerra sucia de los GAL -"nunca pagaré a un delincuente", dijo- se despachó con un "¿qué tiene que hacer un Estado cuando alguien declara la independencia?" para justificar el vergonzante espionaje masivo a políticos catalanes y otros, además de a periodistas.
Hace dos décadas, quizás, lo conveniente era alejar el ascua de cualquier sombra de vinculación con José Amedo y Michel Domínguez. Entonces decía en una entrevista la hoy ministra Robles que le "estremecía" que hubiera defensores de métodos ilícitos como la guerra sucia con total impunidad.
Me queda la duda cándida de, si hubiese tenido un papel delante con lo que tenía que decir escrito, la respuesta de Margarita Robles sobre el escándalo del macroespionaje hubiese sido otra. Pero me temo que no. En los últimos tiempos tenemos pruebas más que suficientes de que la democracia como tal en el Estado español, en lo que ha defensa de derechos fundamentales se refiere, está gravemente enferma.
Margarita Robles solo lo ha venido a confirmar una vez más. Quien hace cuatro años consideró también que no había que vender armas a Arabia Saudí porque es un país que vulnera -y es cierto- derechos humanos, el miércoles quiso convencernos de que el espionaje político es una práctica que entra dentro de lo humanamente entendible e, incluso, perdonable si es contra inventados enemigos de la patria. Y que, desde ese angulo, nada se vulnera.
Así que a falta de papel, papelón. El que no tenía entre las manos y hubiese sido mejor tener. Y el que ha dejado para la posteridad con sus palabras. Para nada papel mojado.