oy Aberri Eguna, uno más. Ya ha llovido, y diluviado, desde aquel 1932 en que el PNV lo instituyó para conmemorar el 50 aniversario de la proclamación por Sabino Arana de que "Euzkadi es la patria de los vascos". Aberri Eguna, siempre en el día litúrgico de la Resurrección, la Pascua, como correspondía a un partido cuyo lema era Jaungoikoa eta Lege Zarra, prevaleciendo por entonces el primer concepto por encima de todo. Noventa años, ya, de una celebración venida a menos que a estas alturas pasa casi desapercibida para buena parte de la sociedad vasca.
60.000 personas se congregaron en Bilbao en aquella primera convocatoria de 1932 a cargo del PNV y así, año a año, se fue conmemorando en las cuatro capitales de Hegoalde hasta que en 1937 la dictadura franquista mandó a parar. Solo tras finalizar la II Guerra Mundial pudo el PNV volverlo a celebrar en Iparralde y de manera muy modesta, hasta que en 1947 reunió a unos centenares de audaces en Bilbao. La fiesta continuó celebrándose casi en la clandestinidad siempre bajo convocatoria jeltzale, hasta que en 1963 fuera la revista de Iparralde Enbata la que congregó en la localidad lapurtarra de Itsasu a las más insignes personalidades y cargos públicos abertzales de la Euskal Herria continental que junto a notables exiliados de Hegoalde redactaron la Carta de Itsasu en la que se afirmaban las reivindicaciones culturales, sociales, económicas y políticas del pueblo vasco.
A partir de 1964 cada Aberri Eguna era una jornada épica. Gernika (1966), Bergara (1965) eran localidades tomadas por la Guardia Civil y los trayectos hasta el acceso a la cita una arriesgada aventura salpicada de enfrentamientos y tortuosos recorridos monte arriba y monte abajo. La dificultad y el riesgo no impedían la concentración de miles de intrépidos asistentes, la colocación estratégica de ikurriñas y, por supuesto, la cuota inevitable de detenidos y magullados. Eso sí, volvían a sus casas con la emoción de la aventura y encendido el ánimo abertzale. Aberri Eguna era, por supuesto, una afirmación común, unida, de lucha por la soberanía y un rechazo colectivo del franquismo por parte del nacionalismo vasco.
Los tiempos iban cambiando, y ya ETA maduraba organizativamente. En 1966, por primera vez, hubo dos convocatorias; PNV a Iruñea y ETA a Endaia-Irun. Hasta 1972 no volvió a celebrarse otra convocatoria conjunta, en Baiona, con asistencia de todos los partidos abertzales de Euskal Herria y el sindicato ELA. Muerto el dictador y durante la transición, hoy parece una utopía, los partidos vascos de izquierdas no nacionalistas se unían a la convocatoria conjunta de Aberri Eguna y allí desfilaban decididos los líderes del PSOE y del PCE con sus ikurriñas y pancartas. Inolvidable al Aberri Eguna de 1978 y la pancarta por el derecho a la autodeterminación sostenida por Rubial, Redondo y Benegas. 1979 fue su última asistencia. Qué tiempos.
Los cambios sociológicos y los nuevos hábitos hicieron coincidir el Aberri Eguna con el ímpetu viajero éxodo vacacional. Hoy día, y desde hace tres décadas, Aberri Eguna es jornada ausente en épica, escasa en movilizaciones y pródiga en declaraciones, un día para que los partidos abertzales y solo ellos reafirmen cada uno sus propuestas electorales y logren para el día siguiente los más brillantes titulares. Cada uno por su lado y la consigna en el suyo. Una pena, pero Aberri Eguna sirve para que, poco a poco, vayan haciéndose más insalvables sus diferencias.