scuchar actualmente algunos discursos políticos y leer cierta prensa es algo parecido a chapotear entre vísceras. No hablo de comer casquería, que cada cual es muy libre y dicen que hacerlo es incluso ecológico y saludable, en especial para personas con enfermedades autoinmunes.

Apelar a las vísceras suele ser un recurso muy utilizado -también, o sobre todo, en política, aunque no solo-, pero normalmente choca con la racionalidad, el sentido común y la convivencia social. Como estamos comprobando estos últimos días, los británicos saben mucho de esto. Boris Johnson es un gran maestro de la acción política visceral, lo mismo para apelar al brexit que para el vinito de los viernes. "Operación carne roja" le llaman en el Reino Unido al recurso a poner en marcha políticas populistas para tapar los desmanes del primer ministro y desviar la atención de la ciudadanía. Claro que entre las propias filas del premier han ideado el "Complot del pastel de cerdo" para echarlo de Downing Street. Todo muy carnívoro, muy visceral. Tanto como lo sucedido en el ayuntamiento castellonense de Vinaròs, donde ha estallado una crisis política de primer orden cuyo origen está en que estas navidades un concejal en funciones de amigo invisible -lo de amigo es un decir y lo de invisible, también porque se conoce su identidad- regaló a una compañera que forma parte de su mismo equipo tripartito de gobierno una caja llena de vísceras, una cabeza de cordero y 15 o 16 ojos y una cabeza de este animal junto con verduras podridas. Tras la consiguiente batalla dialéctica, el enemigo visible ha tenido que dimitir. A su vez, el alcalde -del mismo partido- ha destituido a la edil que recibió el regalito. A lo que dos compañeros de ella han respondido pasándose a la oposición. Un acuerdo racional -es de suponer...-, al carajo por un ataque visceral, literalmente.

Gobernar o hacer oposición con las tripas y poner en marcha operaciones carne roja puede dar algún rédito a corto plazo o, como al concejal, proporcionar una malsana satisfacción personal. Pero a la larga es mal negocio para todos. Y a ver quién hace de matarife para sacrificar al pobre animal, sea cordero, cerdo... o vaca.