Hoy es uno de esos días especiales, muy ligados a la tradición. Tiene sus propios soniquetes y su liturgia y, aunque la realidad dicte que es imposible que uno se beneficie del sorteo a lo grande, la Lotería de Navidad sigue dando momentos maravillosos como antaño. Es cierto que la vida está sometida a una continua metamorfosis que obliga a reinventarse constantemente, pero los sonidos y las imágenes del sorteo han variado lo mínimo en lo accesorio, aunque una barbaridad en lo nodal. Me refiero a que el sorteo del Gordo acostumbra a repartir millones de euros en toda la geografía estatal, aunque en montantes que ya no dan como para vivir del cuento a los agraciados. Hace décadas, el primer premio servía para adquirir coche y piso nuevos, para cerrar hipotecas y para arreglarse la existencia durante unos años hasta convertirse en un nuevo rico, al menos, durante el tiempo necesario para arruinarse si a uno se le iba la cabeza. Ahora, sin embargo, el mismo premio no sirve ni para comprarse una vivienda. A lo sumo, para asegurar la entrada a la espera de encontrar una hipoteca adecuada. Me parece un rango muy preciso a la hora de comparar la actualidad con épocas pretéritas y cerciorarse de las trampas que la vida y la sociedad se han inventado.
- Multimedia
- Servicios
- Participación