uestra casa está invadida. Lo que comenzó siendo una bromita entrañable ha acabado como una auténtica pesadilla. Todo empezó cuando alguien nos regaló un muñequito con forma de cometa. Era una especie de héroe diminuto con su antifaz y su capita, al que bautizamos como Olegario. Olegario molaba un pegote porque a veces se escondía por la casa y nos dejaba notas con pistas para encontrarle. Aparecía en el bote del café, en la nevera o en el cajón de los calcetines. Nuestra criaturas se lo pasaban pipa. Un auténtico escapista, este Olegario. Sin embargo, al cabo de un tiempo, durante una conversación infantil con una amiguita, descubrieron que Olegario no estaba solo en el mundo, es más, tenía decenas de compinches y enemigos. Porque Olegario es un héroe que lucha contra los villanos (argumento poco original pero muy eficaz para dos cabecitas de cinco años) y ambos bandos se pasan su vida imaginaria peleando. Aquello fue el principio del fin. Nuestras hijas fueron abducidas por el universo de Olegario y sus colegas a quienes, además, rodea un merchandising que me río yo de Star Wars. No sabemos cómo, pero en nuestra casa se han instalado un porrón y medio de muñequitos con forma de tostadora, radiador, cubo de basura o tetrabrick. Son tantos que es imposible bautizarlos. Están por todas partes, ya no nos dejan notas. Aparecen por sorpresa, atascan el aspirador, se meten en nuestra cama, creemos que tienen montada una ciudad debajo del sofá. Mis hijas están encantadas. Y nosotras tenemos miedo. Lo último que ha llegado a casa ha sido un cómic protagonizado por estas criaturas. El problema es que este cuento, entre otras cosas, recrea literalmente en varias viñetas y al detalle cómo un héroe es torturado por un villano. Así que nos hemos empoderado y hemos pasado a la acción, haciéndolo desaparecer misteriosamente... No podrán con nosotras.
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