i pareja no es nada popular entre mis criaturas. No siempre, claro. Pero sí en momentos clave. Sea por cómo hemos hecho las cosas, por el momento vital de las pequeñuelas, por algo que se nos escapa o porque simplemente toca, mi santo recibe en casa más cobras que un pagafantas y más rechazo que un plato de hígado en un cumpleaños infantil. Suena la alarma, se acerca sigiloso a despertar a los cachorritos y se oye un "¡Fuera! ¡Que venga la amatxo!". Sentados en la mesa del desayuno, trae a la mesa su taza y su plato y unos ojos malhumorados preceden al murmullo gutural: "¡Contigo no, con mami!". Se pegan un trompazo, corre a socorrerles y gritan entre llantos "¡Tú no! ¡La amatxo!". Montamos en el coche y para atarles el cinturón ya se adelantan: "¡Vete! ¡Quiero a mamitxu!". Se aproxima el momento de la ducha, voy a preparar la cena y oigo un alarido desde el baño "¡Amatxooo! ¡Contigooo!". Y a la hora de ir a dormir, el cuento sólo lo puede contar ¿adivináis quién? La amatxo. Dicen algunas expertas que las criaturas están preparadas para conocer el mundo más allá de su madre a partir de los dos años y que esa primera ventana es la pareja. Dicen que el rechazo es natural y que, poco a poco, se transforma en una relación estrecha y saludable. Pero mientras, soportar ese rechazo es la caña. Hay adultos que lo aprovechan para echar balones fuera. Es que conmigo no quiere, es que yo ya lo intento pero no me deja, es que... Y otros, como el que me acompaña en esta misión, lo sufren, se comen la tristeza, se trabajan la frustración, muchas veces se cabrean y siempre intentan convencerse de que esto también pasará. Para entonces, tiene preparado un arsenal de paseos por el campo en busca de trinos, esperas para ver jabalís, expediciones detrás los fósiles, y muchas charlas donde todas las confidencias se acurrucarán en su enorme corazón.
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