odosnuestros pueblos y ciudades deben estar libres de agresiones de odio intolerante, fascista, violento o totalitario. Pero si se puede señalar en el mapa un lugar en que este compromiso debería ser especialmente ejemplar ése es Gernika.
Gernika es ciudad símbolo de muchas cosas. Es símbolo de las libertades políticas vascas. Fue símbolo -muy a su pesar- de capacidad destructora de la tecnología militar asociada a los totalitarismos del siglo XX. Y ha sido reconocida como símbolo -por méritos propios- de paz y de reconciliación. Como ciudad de la paz fue reconocida por la Unesco hace ya algún tiempo. Y su relación con Alemania, que es un importante estudio de caso de reconciliación en las universidades de medio mundo, tuvo hace poco un último y emotivo capítulo en el abrazo con el que Luis Iriondo, el último de los grandes recordadores, recibió a algunos familiares de los máximos responsables de la Legión Condor.
La agresión cobarde y profundamente estúpida del fin de semana pasado en un campo de fútbol en Gernika contra un joven jugador por ser hijo de un conocido dirigente del PP no solo es un atentado contra los derechos y libertades de esa persona y su familia, es también un atentado directo contra ese triple simbolismo de la ciudad.
Contra el símbolo de las libertades políticas vascas, puesto que Iturgaiz es un representante político vasco con la misma legitimidad que cualquier otro que se haya sentado en la Casa de Juntas o en el Parlamente Vasco. Su legitimidad no se la da ni se la quita un grupo de descerebrados violentos, se la dan o se la quitan los ciudadanos vascos con su voto periódico. Por eso no me gustan las escusas tipo “el chaval no tiene la culpa de lo que haga su padre”, como si su padre fuera un violador de una manada o un terrorista que hubiera puesto bombas lapa en los bajos de un coche. Este tipo de argumentos eluden el fondo del asunto: la legitimidad absoluta de su padre como miembro de la cámara de nuestra soberanía. Agrediendo a su hijo no solo se falta a las más básicas decencia y humanidad, sino que se agreden las libertades políticas vascas que incluyen que cada quien elija a los representantes que más les gusten, sean o no del agrado de otros sectores. Totalitarismo es precisamente no entender este principio básico de la democracia. Totalitarismo puro y duro fue lo que obligó a Iturgaiz a enterrar a muchos compañeros asesinados. Totalitarismo es también lo que se movía en las entrañas de quienes -seguramente creyéndose antifascistas, en su indigencia intelectual- insultaban y amenazaban al futbolista por ser hijo de un representante legítimo de la ciudadanía.
Ha sido por eso también una ofensa contra la villa mártir, que tiene que ver cómo el totalitarismo no viene esta vez del cielo, sino que surge de la tierra. Es una ofensa contra la villa de la paz al ensuciarla con odios antiguos, tontos, destructores y estériles. Es una ofensa contra la villa de la reconciliación por alejarnos de una convivencia decente.
Por eso ha sido tan importante que las instituciones vascas -y muy especialmente el Ayuntamiento de Gernika- se hayan posicionado rápida e inequívocamente. El hijo de Iturgaiz merecía un desagravio tan público como pública ha sido la ofensa, tan noble como deleznable la agresión. Quien ha querido quedarse fuera del consenso da así la medida de su calidad democrática.
Que sepan los totalitarios censores que cada intento por arrinconar a los vascos que no les gustan será respondido por el resto con una muestra de respeto, de acogimiento y de dignidad. Por la víctima, sí, por su familia, sí, pero también por el resto de nosotros, porque la mayoría queremos un país digno.