lguien juega con nosotros sin que lo sepamos. Somos peoncillos viviendo un sueño que en realidad es el juego de otros. Con esos o parecidos mimbres se construyen muchos relatos de ciencia ficción con los que disfrutamos. Lo jodido es que a veces parece que no es tan ficción como pensamos.
El otro día vi desde la ventana a un vecino que iba a tirar la basura. Arrancó esquivando un patín eléctrico. Atravesó la franja roja sorteando las bicis que iban de un lado a otro. Sorteó después un tranvía que llegaba tocando la campanilla. Siguió adelante y, superando el asfalto con sus coches, llegó a la meta y metió las bolsas en su contenedor sin equivocarse. Había ganado pero ¡oh! había que volver. Otra partida. Jugaba a algo parecido en las máquinas de los bares. Una rana tenía que ir atravesando salto a salto, ríos, autopistas y otros obstáculos. Ponle un coche eléctrico que no suena, oí en las alturas mientras alguien se reía.
Cogí el coche para hacer unos recados. Conozco la ciudad aunque hace tiempo que no conduzco en ella. Traté de girar por donde solía, pero ya no se podía. Lo intenté por otro lado pero tampoco. Pude por fin torcer y entré en un callejón sin salida. Me sentí como esos ratoncitos a los que meten en un laberinto para ver cómo se comportan. Oía de nuevo las risas€ Ponle otro semáforo, espera, espera, ciérrale ese cruce a la izquierda, o no, mejor, ponle unos bolardos€
Somos animalitos sin criterio. Juegan con nosotros y nos dejamos. Trabajamos, les divertimos y callamos. Como los animales en la granja constatamos que los cerdos y los hombres son iguales. Como humanos en el planeta de los simios gruñimos en nuestras jaulas sin rebelarnos. Menos mal que hay quien aún confía en que, como en Farenheit 451, haya cada vez más Montags que dejen de quemar libros por orden suprema para ser jugadores en vez de piezas.