o son abrumadores el confinamiento y sus constantes novedades? Después del pasmo inicial nos llegaban las cifras del espanto, los contagios, las defunciones, la locura de los hospitales, la incertidumbre de nuestro entorno, la suma de los días encerrados en casa, las curvas, las mesetas, los nuevos contagios, el estado de alarma, la prórroga del confinamiento, la otra prórroga del confinamiento, los estudios en vilo, los negocios cerrados, el increíble cobro de las cuotas de autónomos, las caceroladas, los aplausos, los resistirés... Por fin dieron un respiro a esta olla a presión y anunciaron que podríamos salir con nuestros niños. Pero... ¿cómo? ¿Es cierto eso que leo? ¿Es verdad eso que oigo? ¿Sólo podemos salir con ellos a la farmacia, al banco o al supermercado? ¿Y sólo puede acompañarles un adulto? A punto de anunciar a nuestros txikis la gran noticia nos detuvimos en seco y nos miramos estupefactos. Nos llegaban mensajes de amigos, de familiares, de madres y padres del cole cabreados y hasta el moño. Nuestras criaturas, hasta entonces bombas biológicas asintomáticas, a las que nadie en este estado de emergencia ha tenido en cuenta para nada, de cuyo bienestar sólo nos hemos ocupado nosotras y nosotros, podrían salir de casa exclusivamente para ir a sitios donde, además de mirarles con pavor, deberían quedarse inertes, sin tocar nada, sin correr, sin saltar. En ese momento ya opté por desobedecer y decidí que saldría con ellas a pasear por el inmenso parque que tenemos delante de casa, donde podemos estar a metros de otras personas. Donde decenas de perros pasean a diario acompañados de adultos que quizá sean igual de asintomáticos que ellas. Afortunadamente, la mala hostia corre como la pólvora y nuestra electa clase política tuvo que recular. Porque algún día volveremos a la calle y será mejor que no lo hagamos tan cabreados.
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