Germain (François Berléand), un jubilado de 75 años, intenta reconstruir su vida después de que su esposa haya fallecido de forma repentina, mientras su familia trata de protegerlo en exceso. Sin embargo, él tiene claro su objetivo: sin que ellos lo sepan, hará todo lo posible por cumplir una promesa que se hicieron hace tiempo y que le introducirá de lleno en el mundo de la danza. Para enseñarle, encontrará a La Ribot, con quien hemos podido charlar unos minutos para que nos cuente cómo ha sido su primera aventura cinematográfica. 

¿Cómo ha sido el cambio de pasar de los escenarios al cine?

Bueno, ha sido una invitación de Delphine Lehericey (la directora), y es como esas cosas que te pasan en la vida. De repente me llamó el productor de Delphine, que había sido productor mío, y me dijo si me interesaba. Entonces me leí el guion, conocí a Delphine, vi sus primeras películas que me interesaron mucho, y me lancé con ella, encantada. Fue un proceso muy rápido, y eso aligera mucho y me pareció muy interesante. 

¿En tan poco tiempo hubo cabida para miedos, dudas...?

Sí, claro. La rapidez no tiene nada que ver con eso (risas). Hubo miedos, dudas y de todo. También hallazgos y cosas magníficas. Y muchas preguntas sobre cómo contar las cosas, cómo hacer que se pueda entender. Yo me he sentido muy intérprete de Delphine, tanto como actriz como coreógrafa. Las coreografías que he ido haciendo eran siempre muy atadas al guion que ella había escrito.

Ambos, tanto la danza como el cine, son expresiones artísticas únicas, y aquí usted da vida a La Ribot. ¿Interpretarse a sí misma es un reto mayor que el de dar vida a alguien distinto?

No sé si es mayor, porque no he hecho papeles representando a otras personas. En realidad, lo que he intentado es hacerlo lo mejor que he podido. Tampoco caracterizarme mucho, que no fuera lo que pensamos que tiene que ser una coreógrafa. En la escritura del guion era más una diva, un poco más antipática, y como más clásica en su trato con los bailarines y con el mundo. Ahí sí que le decía a Delphine que eso no era contemporáneo, que no somos así. Son trabajos de equipo, donde buscamos entre todos, que no tiene esa descripción. Lo que pasa es que la peli tiene que tener un empaque más visible y a lo mejor hay que afinar en algunas cosillas. Me dejé llevar por lo que me parecía, y Delphine me dejaba mucho aire. 

Lo que está claro es que aquí nos va a enseñar que podemos transmitir con el cuerpo mucho más de lo que a veces nos atrevemos a decir con la palabra.

Sí. La danza a lo mejor en esta película hace de vínculo entre el duelo, que es un pasaje triste, que hay que pasar, y único. También es una experiencia que hay que atravesar. Todas las cosas hablan del tiempo y de lo que hay que atravesar en la vida. Y la danza es una experiencia única que puede curarnos, salvarnos de muchas cosas, incluso de la tristeza del duelo. 

Además, nunca es tarde para aprender a bailar, ¿verdad?

Nunca es tarde, no (risas). 

Y usted, que lleva años dedicados a la danza, ¿qué cambios percibe?

Bueno, es más porosa, más interdisciplinar. Es más abierta en cuanto a edades, porque la danza contemporánea siempre ha sido contemporánea. La gente se imagina cosas clásicas, y eso es lo que hay que cambiar, tienen que cambiar el chip. La danza contemporánea no es solo una cosa formal. Se puede hacer con diferentes edades, con diferentes capacidades... Es mucho más amplia, mucho más acogedora y maravillosa, y también menos normativa. 

Esta película es también una oda a las promesas cumplidas. ¿Usted es igual de fiel a sus promesas que Germain?

Para nada (risas). Eso es una oda de Delphine. Yo la acompaño, la interpreto, pero es una oda al amor y a la muerte. Yo pongo la parte de la danza y del cuerpo, pero yo soy muy infiel (risas). 

En el buen sentido de la palabra, ¿no?

(Risas). Yo creo que las palabras siempre tienen buen y mal sentido. En este caso, la infidelidad es que no puedes mantener promesas de ese tipo, me parecen dificilísimas. 

Está claro que ha estado muy bien acompañada. Una dirección de diez, un equipo de baile increíble, compañeros de reparto a los que es fácil cogerles cariño... ¿Cómo ha sido el trabajo en ese sentido?

Es una película muy tierna, y el trabajo principalmente con François Berléand es un tipo con mucha experiencia como actor, y en este caso venía entusiasmado con la idea de cambiar de registro. Yo creo que le apetecía mucho entrar en lo cómico, y haciéndolo por medio de la danza yo creo que estaba fascinado y con muchas ganas. Entonces fue fácil, una tarea fácil dentro de lo que es la dificultad. Porque la dificultad es mayor de lo que se puede ver. Pero el equipo estaba ahí, todo el mundo estaba encantado. 

¿Ha podido ver la película?

Primero la vi sola en un cine en Ginebra, y luego en la piazza grande de Locarno.

¿Qué poso le han dejado esos primeros visionados?

El primero fui con miedo, me daba mucho miedo verme, verlo... Y a lo mejor disfruté menos. La segunda vez en Locarno yo estaba lanzada (risas) y me pareció muy divertido todo. Aprecié muchísimo más el juego de todo, el guion, lo que habíamos hecho. Aprecié mucho más el trabajo de todos. Lo pude ver y leer.