Todos hemos sido testigos alguna vez del fenómeno: una nube de insectos volando alocados alrededor de una farola, una bombilla o un foco de luz. Y los murciélagos dándose un festín con ellos.

Desde que los humanos se iluminaban con fuego se ha observado esta aparente atracción. Numerosas han sido las teorías que han intentado explicar este comportamiento, desde que interpretan el punto de luz como una salida de un túnel hasta la de que quedan cegados, pasando por confundirla con la Luna.

Miles de insectos vuelan alrededor de las farolas del Puente del Ebro de Tudela (Navarra). Villar López

Dar la espalda a la luz

Quizá esta última no esté del todo desencaminada, aunque no del modo en que creíamos.

Un equipo internacional de biólogos, liderado por Samuel Fabian del Imperial College de Londres (Reino Unido) y Yash Sondhi de la Universidad Internacional de Florida (EEUU) utilizaron cámaras de alta velocidad para grabar de forma tridimensional el vuelo de diversas especies de polillas, otras mariposas, libélulas y moscas de la fruta, tanto en condiciones de laboratorio como en un entorno natural, en la Estación Biológica de Monteverde, en Costa Rica.

Los investigadores analizaron su vuelo en distintas condiciones lumínicas, incluidas fuentes de luz ultravioleta puntuales y superficies con un brillo más difuso.

Así, según el estudio publicado en la revista Nature Communications, comprobaron que los insectos presentan una “respuesta dorsal a la luz”, corrigiendo su trayectoria de tal forma que su espalda quede orientada hacia el foco luminoso.

La contaminación lumínica

Samuel Fabian recuerda que desde hace 370 millones de años, la luz ha sido un buen indicador de la dirección que toman los insectos cuando vuelan, pero los humanos lo hemos estropeado con la iluminación nocturna: “Después de que empezáramos a poner grandes luces brillantes cerca de nuestras casas, se convirtió en un problema. De repente, las zonas visuales más brillantes por la noche no son el cielo”.

Fabian destaca los efectos “muy negativos” que tiene la luz nocturna para las poblaciones de insectos. “No solo los atrae y atrapa, sino que interrumpe sus periodos de actividad. Los nocturnos suelen irse a dormir tras estrellarse contra una luz, por ejemplo. Es probable que los insecticidas y los cambios en el uso del suelo sean aún más devastadores, pero aún no sabemos exactamente cuánto daño hace esta luz nocturna”.

Con un foco de luz natural (sol, luna o estrellas) este comportamiento les ayuda a mantener una posición correcta en el aire, volando de forma estable y orientado con su horizonte. En cambio, cuando hacen esto frente a un foco de luz artificial se reduce su capacidad para orientarse. Los insectos no se dirigen directamente hacia el foco luminoso, sino que inclinan su dorso, su espalda, hacia él y al estar muy cerca y poder rodearlo les hace desviarse y tratar de corregirlo de forma errática, a menudo dando vueltas alrededor del foco.

“El principal hallazgo es que los insectos confunden la luz con la dirección hacia arriba del cielo”, señala Fabian a la agencia SINC. “Saber dónde está el cielo es esencial para volar, ya que necesitas generar las fuerzas que contrarresten la gravedad. Inclinar la espalda hacia la luz, hacia donde creen que está el cielo, es una buena manera de mantenerse en la posición correcta en el aire. No requiere sensores adicionales. Utilizan esta respuesta todo el tiempo, que sigue siendo muy útil durante el día”, recalca.

De noche, de espaldas a la luz de la luna los insectos saben dónde está el suelo, pero demasiado cerca de una farola, intentar dar la espalda al foco hace que den vueltas a su alrededor pero sin localizar qué es arriba y qué abajo. Esto conduce a sus trayectorias orbitales enrevesadas cerca de las farolas.

Siguiente investigación: la distancia

Los autores añaden que el siguiente paso es estudiar los efectos a larga distancia de la luz artificial. “Nuestra próxima gran pregunta es conocer la distancia en el que este efecto comienza a ocurrir con diferentes luces”, señala Fabian. “Nuestros datos actuales son de unos 2 metros alrededor del máximo de la fuente luminosa, pero no sabemos qué ocurre a 20 m, 100 m o 1 km. Entender esto es clave para reducir el efecto de la contaminación lumínica en nuestra fauna nocturna”.