¿Y si el perfil que tus redes sociales están construyendo de ti no se parece tanto a quien eres realmente? Spotify te sugiere canciones que no escuchas desde la adolescencia. TikTok insiste con vídeos de recetas, bailecitos o psicología rápida que no has pedido. Instagram te llena el feed con interiorismo nórdico y reels de perritos, aunque ni decoras ni tienes mascota. La sensación de que las plataformas “te conocen” puede parecer fascinante al principio, pero pronto empieza a ser inquietante: ¿quién decide quién eres en internet?

Vivimos en una era de personalización algorítmica. Cada red, cada app, cada servicio digital promete ajustarse a nuestros gustos y enseñarnos solo lo que nos interesa. Detrás de esa promesa hay sistemas de recomendación que aprenden de nuestro comportamiento: qué vemos, qué escuchamos, cuánto tiempo pasamos en cada publicación, qué ignoramos, a quién seguimos, con qué interactuamos. Todo eso se traduce en un perfil, un modelo predictivo, basado en inteligencia artificial, que nos clasifica y anticipa lo que supuestamente queremos.

Los algoritmos no entienden el contexto, ni los matices, ni la ironía

Interpretación parcial

El problema es que ese modelo no es neutro. No es solo una herramienta pasiva que te ayuda a encontrar cosas que te gustan. Es también un filtro que decide qué ves y qué no, qué se te ofrece y qué queda oculto. Y, sobre todo, es una interpretación parcial y estadística de ti, una especie de versión digital construida por patrones de uso, no por voluntad propia.

Esto se nota especialmente en las redes sociales y las plataformas de entretenimiento. Si un día reproduces tres vídeos de recetas por curiosidad, puedes quedar atrapado durante semanas en una burbuja culinaria. Si haces clic en una canción triste en un mal día, Spotify asume que esa es tu identidad sonora. Los algoritmos no entienden el contexto, ni los matices, ni la ironía. Solo cuentan lo que haces y a partir de ahí extrapolan. Esa extrapolación genera una narrativa sobre ti que, a fuerza de repetirse, se convierte en limitación.

Este bucle tiene consecuencias. Lo que ves en redes no es una ventana al mundo, sino un espejo que te devuelve una imagen segmentada, diseñada para maximizar tu permanencia en la plataforma. Cuanto más consumes un tipo de contenido, más te lo muestran. Cuanto más se ajusta a tus patrones, más lo refuerzan. Y así, poco a poco, se va estrechando el campo de lo posible: te rodeas de lo mismo, de lo familiar, de lo predecible. Dejas de explorar fuera del marco que el algoritmo ha construido para ti.

La paradoja es que esta burbuja se siente cómoda. Nos da la sensación de que todo encaja, de que internet nos entiende. Pero también puede hacernos más perezosos, menos curiosos, menos dispuestos a buscar lo que no se nos ofrece automáticamente. Nos volvemos consumidores pasivos de una versión de nosotros mismos que no hemos elegido del todo.

El problema no es su existencia, sino el poder que les estamos dando sin apenas cuestionarlo

Además, está el efecto de la autopercepción. Cuando el algoritmo insiste en mostrarte cierto tipo de contenido, empiezas a preguntarte si, en efecto, eso eres tú. Si ves constantemente vídeos sobre productividad, ¿es porque te interesan o porque crees que deberías interesarte por ellos? Si todo tu feed gira en torno al fitness, ¿es porque te gusta o porque lo has buscado un par de veces y ahora no puedes salir de ahí? La repetición acaba moldeando no solo lo que consumes, sino también cómo te percibes.

Falta de transparencia

No se trata de demonizar la tecnología ni de pintar distopías. Los algoritmos hacen muchas cosas bien: nos ahorran tiempo, nos ayudan a descubrir música, libros o noticias que quizá no encontraríamos solos. El problema no es su existencia, sino el poder que les estamos dando sin apenas cuestionarlo. Y, sobre todo, la falta de transparencia sobre cómo funcionan y cómo afectan a nuestra forma de estar en el mundo digital.

Trump comparte un vídeo en su red social con una Gaza reconstruida y turística

Trump comparte un vídeo en su red social con una Gaza reconstruida y turística NTM / EFE

Tampoco se trata de desconectarse del todo, aunque a veces den ganas. Lo que sí podemos hacer es recuperar algo de control. Por ejemplo, buscando activamente contenido que se salga de lo habitual, haciendo limpieza en nuestras suscripciones o cuentas seguidas, explorando temas que no entran por sí solos en nuestros feeds. También ayuda recordar que lo que vemos en redes no es “lo que hay”, sino una versión muy particular de la realidad, condicionada por lo que el sistema cree que somos. Y, como hemos visto, no siempre acierta.

En mi caso, por ejemplo, mi algoritmo de TikTok cree que soy una persona que se interesa profundamente por la vida rural del lejano oeste, el diseño de interiores y la música de los Bee Gees. Spotify piensa que estoy estancada emocionalmente en 1995. Instagram me ofrece reels de ilustradores japoneses, recetas con tofu y rutinas de gimnasio. Todo muy bien, salvo que ninguna de esas cosas define realmente quién soy. Algunas me gustan. Otras me hacen gracia. La mayoría me llegaron por accidente. Pero la máquina no distingue entre la risa, la curiosidad o el tedio. Solo registra que me quedé mirando.

Esa diferencia es crucial. El algoritmo no conoce tu intención. Solo conoce tu reacción. Y por eso construye una identidad basada en comportamientos, no en decisiones. Por eso es importante recordar que tú no eres tu historial de clics. Ni tu lista de reproducción. Ni tu feed.

Aún hay partes de ti que no caben en ningún cálculo

Recuperar la voz propia, la mirada propia, el criterio personal frente al filtro automático es una forma de resistencia silenciosa. No épica, pero sí necesaria. Porque en un entorno donde todo se personaliza para ti sin que lo pidas, la verdadera libertad está en elegir, de vez en cuando, lo inesperado.

La próxima vez que sientas que tu algoritmo te conoce mejor que tú mismo, hazle un pequeño desvío. Escucha algo nuevo. Sigue a alguien distinto. Lee algo que no sea tendencia. Aunque solo sea para recordarte que aún eres capaz de sorprenderte. Y para que no se te olvide que, incluso en internet, aún hay partes de ti que no caben en ningún cálculo.