¿Le gusta compartir cancha con su padre? 

–No lo sabría explicar. Es una sensación única estar junto a él en una cancha y poder disfrutar del deporte que a los dos nos gusta. Me encanta. Él se lleva toda la atención de la cancha y jugar con él es muy fácil. 

¿Qué siente cuando escucha de su padre que tiene el honor de ser el primer argentino que jugó en la NBA y hablan maravillas de él? 

–Aquí me pasa menos, pero en Argentina me pasaba mucho más. Mi papá allí era un icono. Muchos me dicen que es un honor, pero para mí, lo que él logró es algo histórico que ya nadie se lo va a arrebatar. Es un orgullo muy grande tenerlo como padre y poder tener charlas de lo que él vivió con jugadores, que es algo único. Pero cuando me dicen ‘guau tenéis a alguien así como padre, qué se siente’, yo lo veo como un padre normal y corriente. Al final lo veo todos los días, sigue siendo mi viejo.

¿Dónde es más duro su padre, en el parqué o en casa? 

–En casa tranquilamente. Él es muy estricto por todo lo que vivió y creo que gracias a él y a mi madre, tengo una muy buena educación y muy buena disciplina.

¿De los consejos que le ha dado, con cuál se queda, tanto en el plano deportivo como personal? 

–En el baloncesto, gracias él pude corregir muchos defectos míos. Fallos milimétricos, pero que te llevan a dar un cambio muy drástico a la hora del juego. Me quedaría con esos entrenamientos privados. Tanto en Argentina cuando estuve con la selección sub-17 o aquí en España. Me enseñaba detalles que hacían que mejorase mi juego en un aspecto muy grande. Y en lo personal, no sé. Ha estado siempre al lado mío ayudándome. Es muy disciplinado y me enseñó a nunca conformarse con nada. Siempre tener hambre.

Ahora que entrenan juntos. ¿cómo afronta esas sesiones? 

–Me gusta mucho. Jugar contra él me encanta porque defenderlo es algo imposible y a mi me encanta ponerme retos.