La afición baskonista disfrutó de su atletiscismo, su poderío reboteador y su intimidación durante tres temporadas, desde 1994 hasta 1997. En ese corto periodo, Kenny Green, además de ayudar al club gasteiztarrra a levantar su primera Copa del Rey (Granada, 1995) y su primer y hasta ahora único título europeo, la Recopa de Europa de 1996, cuya final se disputó en el antiguo Buesa, se ganó a la parroquia azulgrana.
La entrega con lo que actuaba en pista y la inteligencia de su juego consiguieron que el pívot estadounidense (Conetica, 1967) conquistase los corazones de los hinchas del Baskonia, quienes siempre le han considerado uno de los más grandes del club.
Toda una leyenda y eso que llegó a compartir vestuario con jugadores de la talla de Laso, Rivas, Nicola o Perasovic. El fino interior norteamericano dejó huella en Gasteiz, donde sin lugar a dudas vivió una de sus mejores etapas como jugador profesional. Después no pudo brillar tanto. Y es que su maltrecha rodilla, que ya le dio algún que otro problema cuando militaba en el Taugrés, le impidió desarrollar todo su potencial.
Green padecía una artrosis irrecuperable, lo que le impedía desplazarse con normalidad y provocaba que su rendimiento resultara intermitente. Así y todo, con solo una articulación fue capaz de lograr en sus últimos años de carrera un ascenso de LEB a ACB con el Breogán tras superar en la final al Gijón, donde militaba un jovencísimo Luis Scola.
El mate en la cara a Scola
Ambos dejaron en esa eliminatoria una imagen para el recuerdo. En la retina de los aficionados de ambos equipos seguro que está aún guardada un mate in your face del norteamericano al argentino. Puro espectáculo. Lo que sucedió a continuación tampoco lo habrán olvidado. Green señaló a su rival tras protagonizar esa jugada mientras ambos se cruzaban en el medio campo, lo que provocó que el albiceleste se encendiese y perdiera los papeles. Un showman. Así era Green. Un tipo afable y divertido, que tras colgar las zapatillas buscó hacer carrera como entrenador.
No tuvo suerte en sus inicios. De hecho, el mal fario se apoderó de él. Y es que el exbaskonista inició su carrera en los banquillos en Catar en el año 2000. Tres años en Doha que acabaron convirtiéndose en una pesadilla. De hecho, en el emirato comenzó su calvario.
El calvario de la cárcel
Y es que Kenny Green se vio obligado a solicitar un crédito de 200.000 dólares para pagar el tratamiento de cáncer de su madre, pero se vio incapaz de saldar la deuda tras ser despedido. Las autoridades cataríes le prohibieron salir del país hasta que no pagara, por lo que vivió en la indigencia, atrapado en el emirato.
Sin trabajo con el que poder hacer frente a tan importante deuda, el exbaskonista se vio obligado a pactar con las autoridades catarís su entrada en prisión. Dos años y medio en la cárcel, privado de libertad, para liquidar la deuda. Un tipo generoso y dispuesto a entregarse por los demás, costase lo que costase. Su esfuerzo y entrega le sirvieron para ganar unos cuantos títulos en el pasado.
Sin embargo, esta vez su sacrificio personal no vino acompañado de la merecida recompensa. Su madre murió y Kenny Green no pudo hacer nada para ayudarla. Un duro palo.
Al menos, tras pasar casi 1.000 días entre rejas pudo regresar a Estados Unidos, donde recuperó su ilusión por trabajar como técnico. Kenny Green buscaba trasladar sus conocimientos de baloncesto, esta vez desde el otro lado de la cancha. Fuera de la pista, el exjugador baskonista entendía que podía servir de ayuda a los jóvenes jugadores en formación. Siempre dispuesto a echar una mano. Así es Kenny Green. Ese tipo afable que se ganó el corazón del Buesa con su garra y espíritu competitivo hace ya un cuarto de siglo.
Pues bien, el exbaskonista afronta ahora un nuevo reto. El exjugador se ha unido a sus 54 años a la facultad y cuerpo técnico de Winchendon School. Allí, el que fuera MVP de la ACB en 1997 y que a día de hoy aún ostenta el récord de tapones del equipo de la Universidad de Rhode Island, seguro que transmite sus valores de entrega y compromiso con los que un día se ganó el corazón de la afición baskonista. Y seguro que lo hace con una sonrisa. Aún la mantiene pese a los duros golpes que le ha dado la vida.