Cada desplazamiento a Las Palmas se ha convertido de un tiempo a esta parte en una tortura. Con independencia del inquilino del banquillo o de los nombres que anidan en la plantilla, el sino es casi siempre acabar vapuleado y desangrado de mala manera. El Baskonia se estrelló por enésima vez en el Gran Canaria Arena, donde rubricó un nuevo capítulo de su tradicional impotencia en tierras insulares y prolongó su particular maleficio. Porque, con la de ayer, son ya ocho visitas consecutivas hincando la rodilla con una facilidad pasmosa.
De principio a fin fue el vitoriano un colectivo apocado, sin alma y sostenido únicamente por la raza de dos jugadores. Granger y Shengelia, los únicos reconocibles en un grupo desfigurado, se disfrazaron en balde de Superman. Su titánico esfuerzo resultó estéril ante un sobresaliente anfitrión que manejó el partido a su antojo y desde el salto inicial mandó con suficiencia en el marcador.
Tanto el uruguayo como el georgiano se pelearon contra un dragón de innumerables cabezas. El Gran Canaria, sostenido por un ritmo volcánico, de incontables recursos y con la pegada propia de un peso pesado, goleó al Baskonia en cuanto a energía, acierto, clarividencia y espíritu como equipo. Una superioridad aplastante desde la canasta inicial de Báez que terminó desquiciando paulatinamente al Baskonia, que resistió a duras penas hasta mediado el tercer cuarto (55-52) antes de caer en el más absoluto desánimo.
El nuevo proyecto de Prigioni recibió el primer bofetón de consideración. Malas sensaciones en vísperas de afrontar el arranque de Euroliga, donde aguarda ya un Olympiacos de sobra conocido por su brutal carácter competitivo y su instinto asesino. Es el principio de la temporada y queda un mundo por delante, pero la de ayer fue una derrota hiriente no sólo por la contundencia del marcador o la centena de puntos en contra sino también por la imagen de desorientación colectiva.
eriksson, la puntilla Siempre fue a remolque un Baskonia que se reencontró con sus fantasmas en su cancha maldita de las últimas temporadas. Reo de una escasa contundencia defensiva, se desangró ante el dinamismo y la verticalidad de los insulares. Nunca fue capaz de emborronar un encuentro demasiado vistoso, ni atar en corto a un anfitrión con la confianza por las nubes ni frenar el vendaval de canastas amarillas. Si encontró la tropa alavesa un salvavidas para agarrarse mínimamente al partido fue básicamente gracias a la conmovedora aparición de Granger, autor de 20 puntos en una primera parte de auténtica fábula. El killer uruguayo, un cuchillo que destrozó la defensa de Casimiro desde todos los frentes, se bastó por sí solo para resucitar a un visitante cándido y desbordado por el vértigo local.
Su recital, que incluyó canastas de todos los colores, enmascaró las grietas en labores de contención -la defensa del dos por dos que abrió la puerta a tiros completamente liberados de Mekel y Oliver fue un desastre- o la clamorosa lentitud a la hora de correr hacia atrás. A un nivel más terrenal, tan solo que hubo que rescatar la chispa de Shengelia y algunos tiros abiertos de Ilimane. El resto no compareció en la isla.
Para colmo de males, surgió la inconmensurable figura de Eriksson en el tercer cuarto (16 puntos) para hacer más grande la herida. El francotirador sueco, un triplista compulsivo que hubiera venido de perlas en Vitoria por su pasaporte, acribilló el aro vitoriano en un tercer cuarto si cabe más descorazonador por el absoluto control del tempo del Gran Canaria. Si como conjunto dejó el Baskonia mucho que desear, varios jugadores también quedaron señalados en el plano individual. Huertas, incapaz de superar bloqueos e irrelevante en ataque, naufragó al frente del timón, Timma estuvo ausente desde el inicio lastrado por su tempranera segunda falta, Beaubois sigue sin encontrar el tono físico ideal tras su lesión, Voigtmann volvió a defraudar... Demasiadas deserciones ante un poderoso rival que esgrimió un juego de altas revoluciones y un excelente fondo de armario. En definitiva, un feo correctivo de los que escuecen en las altas esferas del Buesa Arena y de los que obligan a una profunda autocrítica.
Siempre a remolque. Desde el 9-2 con que arrancó un partido tormentoso, el Baskonia siempre estuvo a merced de un anfitrión volcánico que campó a sus anchas gracias a su dinamismo ofensivo, exhibió su fondo de armario y encontró una autopista para anotar. El francotirador Eriksson, letal en el tercer cuarto, agudizó la depresión e hizo más grande la herida.
Dos contra el mundo. Si el cuadro vitoriano se sostuvo medianamente en pie hasta mediado el tercer cuarto (55-52) fue básicamente gracias al majestuoso repertorio ofensivo de Granger y la raza de Shengelia. Sin embargo, ambos estuvieron demasiado solos ante el peligro. Huertas, Timma, Beaubois y Voigtmann pasaron de puntillas.