vitoria - “Madrid se quema, se quema Madrid, Madrid se quema, Madrid se quema, se quema Madrid”. Eso inconfundible himno, uno de los clásicos del baskonismo resonó ayer en el Buesa Arena durante varios minutos pero, desgraciadamente, no terminó de cumplirse por apenas un suspiro. El conjunto merengue ardió, sí, y de lo lindo además, durante gran parte de la semifinal pero, al final no ardió.

Y no fue precisamente por que la afición azulgrana no pusiera absolutamente todo de su parte para avivar al máximo las llamas y terminar de consumir el ya chamuscado cuerpo blanco. Si en la pista definitivamente el resultado sonrió al plantel de Pablo Laso, en la grada no hubo color. La hinchada local se impuso por aplastamiento a una afición madrileña que, pese a su evidente inferioridad en número, trató de mantener el pulso. Se trataba en cualquier caso de una misión imposible. Ni siquiera cuando durante el segundo cuarto el Real Madrid dio su primer zarpazo distanciándose en más de diez puntos cejaron los entregados seguidores azulgranas en su apoyo. Gracias a él el Baskonia consiguió alcanzar vivo el descanso y, a la salida de los vestuarios, lo utilizó de trampolín lo utilizó de épico trampolín para dar comienzo a la remontada que le llevó a rozar con la punta de los dedos la gran final. Una vez más (y se pierde la cuenta ya de cuántas son) la comunión entre equipo y afición fue absoluta. Tanto durante la contienda como cuando a la conclusión de la prórroga se consumó la triste derrota. Algo que, por si había la más mínima duda, ya había quedado meridianamente claro con el espectacular recibimiento con el que se encontraron los jugadores a su llegada al Buesa Arena. Un escenario en el que el Real Madrid volvió a arder pero esta vez no se quemó. Eso sí, fue campo atrás.