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Una pizarra perfecta. El plan trazado por el técnico italiano funcionó a la perfección. El Baskonia maniató al segundo clasificado de la ACB hasta que reventó en el epílogo por falta de fuerzas. Solo el paulatino cansancio y las faltas de Pleiss privaron a los alaveses de cosechar un triunfo de prestigio. Pese a la mayúscula decepción final, el banquillo ya conoce la pócima del éxito para reaccionar.
málaga - Crueldad infinita. Rabia, estupor y dolor por la pérdida de una victoria que se escurrió de las manos a falta de cuatro décimas. Remó y remó hasta la extenuación el Baskonia para acabar ahogado en la orilla y con cara de tonto. Solo concedió tres ventajas -el 3-2, el 71-69 y el definitivo 74-73- durante un partido que se le hizo demasiado largo, pero su titánico esfuerzo acabó a la postre sin recompensa. Desfondado por la exuberancia física de un rival que le fue dejando sin aliento minuto a minuto, casi segundo a segundo, vivió un desenlace maquiavélico que no hizo justicia con sus méritos anteriores.
Entre el progresivo cansancio que minó las fuerzas de sus principales estiletes -sobre todo, Nocioni-, la prematura eliminación de Pleiss en el minuto 35 que resultó un golpe en la línea de flotación de un grupo cogido con alfileres, una pizca de ingenuidad para rematar un trabajo bien hecho y la enorme torpeza de San Emeterio, que incurrió en una falta innecesaria sobre Rafa Martínez con el reloj prácticamente a cero poco después de que Nocioni malograra ese forzado tiro para dar el golpe de gracia al cuadro taronja, emergió una decepción mayúscula. Adiós a las primeras de cambio en la Copa, un mazazo psicológico de consecuencias imprevisibles y la certeza de que un tuerto sigue mirando a un conjunto ya de por sí limitado al que esta vez nadie podrá reprochar nada. Tal y como anhelaba Josean Querejeta en las horas previas al salto inicial, el Laboral Kutxa no sólo compitió en su torneo predilecto sino que tuteó a la gran alternativa al poder establecido en la presente campaña. Lástima que adoleciera de gasolina en el tramo crítico tras estrellarse ante un muro de hormigón como el que dirige con puño de hierro Velimir Perasovic.
Cuesta digerir un castigo tan cruel cuando un éxito de prestigio se acarició con la yema de los dedos. La tropa alavesa se rebeló ante los negros augurios que se cernían sobre su aterrizaje en el Martín Carpena. Un arranque soñado, que se tradujo en cómodas rentas superiores a la decena de puntos, alimentó la posibilidad de revertir el pronóstico del tercer cruce de cuartos de final. Llegaba lanzado a tierras andaluzas un acorazado Valencia Basket, pero se topó con una solidaria y rocosa versión azulgrana con la que nadie contaba. Si la Copa emerge cada temporada como un torneo propicio para cambiar dinámicas, el Baskonia se coló por esa pequeña rendija en el mejor momento.
paulatina pérdida de chispa El plan trazado por Scariolo salió a pedir de boca en una jornada donde hubo que rescatar muchas noticias positivas. Hodge suministró fluidez pese a su falta de ritmo, San Emeterio recordó durante el tramo inicial al alero todoterreno de cursos anteriores, Hanga elevó la temperatura física vitoriana saliendo desde el banquillo, Hamilton también se fajó de lo lindo ante los fornidos postes rivales, el Chapu destapó el tarro de las esencias y Pleiss careció de antídotos siempre que recibió balones francos en la pintura. El Baskonia maniató a los estiletes del cuadro levantino, no rehuyó un salvaje combate físico -prueba de ello fueron sus 9 tapones- y, además, anotó con suma facilidad en transición. Con todos esos ingredientes, alcanzó el descanso con una renta esperanzadora (35-45) que mantenía vivo el sueño de la séptima corona copera.
Sin embargo, los partidos duran cuarenta minutos y el Valencia Basket justificó las razones de su privilegiada posición liguera. Con la lengua fuera y exhausto por el esfuerzo, el último cuarto fue el fiel reflejo de lo que viene aconteciendo a lo largo de este convulso ejercicio. Pérdida de intensidad atrás, atasco ofensivo salvo un par de chispazos procedentes de Hodge y, para colmo de males, un sibilino criterio arbitral que se cebó con Pleiss. El alemán recibió una tercera falta de chiste -había sido obra de Jelinek- y fue eliminado en una acción dudosa mientras forcejeaba con Dubljevic por un rebote. Con 71-73 a favor, el Laboral Kutxa recibió un escarmiento demasiado duro. Lafayette niveló el marcador tras un excelente reverso, a renglón seguido Nocioni estrelló su tiro contra el canto de la canasta en una de esas acciones fuera-dentro que mejor interpreta y San Emeterio, en un monumental error de cálculo, realizó una falta innecesaria sobre el rival menos indicado que dejó al baskonismo helado.
Sin oxígeno. El Laboral Kutxa, que solo regaló tres ventajas (el 3-2, el 71-69 y el definitivo 74-73), llegó demasiado justo de fuerzas al final tras sufrir la exuberancia física de un Valencia al que no sólo tuteó sino también dominó con puño de hierro a lo largo de tres excelsos cuartos iniciales.
Todo en contra. Las faltas de Tibor Pleiss fueron una losa demasiado pesada y en el último minuto todos los astros se confabularon para provocar una derrota cruel. Un canastón de Lafayette precedió el error de Nocioni y la absurda falta de San Emeterio que dio a Rafa Martínez la oportunidad de sentenciar desde el tiro libre a falta de cuatro décimas.
Encarnó el espíritu de un equipo que, pese a la derrota final, debe salir fortalecido de la cita malagueña. Hasta que le abandonaron las fuerzas, volvió a estar pletórico. Erró el tiro del éxito.