vitoria. El Real Madrid de Pablo Laso, que hace apenas un mes cerró con el título su temporada en la Liga Endesa, rastrea estos días el mercado en busca de un center que sirva de guinda al impresionante pastel que han cocinado para el técnico vitoriano. Tras haber sellado la contratación del tunecino Salah Mejri, uno de los cincos más destacados el pasado curso en la competición doméstica, el club capitalino tantea a varios jugadores de primer nivel para apuntalar una plantilla lujosa y costosa. Tiago Splitter, fuera del alcance tras obtener una jugosa y merecida renovación con los Spurs, fue uno de los que estuvo en el punto de mira blanco. Y en las últimas horas se habla de Ioannis Bouroussis, un jugador de renombre y elevado caché, con el que la mayoría de los clubes del Viejo Continente ni siquiera pueden soñar. El Madrid puede. Y también el Barça, otro club que se ha lanzado con la chequera a la caza de los mayores talentos del baloncesto europeo. Entretanto el resto observa con impotencia y ciertas dosis de envidia el enorme poderío de los dos equipos de fútbol, cuya insultante holgura en estos tiempos de crisis está provocando que la brecha abierta con el resto de clubes de la ACB esté alcanzando límites hasta cierto punto preocupantes.

En un momento de recesión como el actual, que el deporte profesional acusa con especial énfasis, las migajas que los dos grandes clubes de fútbol conceden a sus secciones de baloncesto bastan para establecer una diferencia que por momentos amenaza con dinamitar las competiciones domésticas. Desde la milagrosa penetración de Fernando San Emeterio que concedió el tercer título liguero de su historia al Baskonia en junio de 2010, todos los trofeos que se han puesto en liza han acabado en las vitrinas del Barça o del Madrid, que además han estado presentes en casi todas las finales. La honrosa presencia del Bilbao Basket en la eliminatoria por el título de 2011 o la final copera alcanzada este año en el Buesa Arena por el Valencia -merced en gran medida al hecho de que los dos grandes mastodontes compartían flanco en el cuadro- han supuesto sendas ilusiones democráticas en el inflexible estado de tiranía que están imponiendo, gracias a su abrumadora superioridad presupuestaria, madrileños y catalanes. Como ha sucedido en el fútbol, donde la Liga BBVA se ha convertido en coto esclusivo de dos, la ACB corre el riesgo de quedar sepultada ante la ausencia de competitividad. Al resto le cuesta demasiado seguir la estela, alcanzar un nivel de excelencia que permita mirar a los ojos a los dos grandes. Aunque lo más dramático es que las sensaciones y los precedentes invitan a considerar que el problema, lejos de enmendarse, va a ir a más.

El Laboral Kutxa, como principal animador y gran antídoto al bipartidismo, el Valencia Basket y el últimamente frustrante Unicaja, a remolque por su evidente desventaja económica, se ven forzados a atinar de pleno con los fichajes, con unos refuerzos que en muchos casos salen de la bolsa de descartes de los equipos ante los que se supone que deben competir, ya no sólo en la ACB sino también en las competiciones continentales.

Resultaría estúpido negar que el descalabro del Baskonia en estos tres últimos años, en los que ha seguido una lenta pero progresiva descomposición que lo ha alejado del primer nivel, ha tenido bastante que ver con la pérdida del acierto en los fichajes que durante muchos años le permitió obviar otras barreras. Pero también es cierto que los apuros económicos derivados de la crisis, comunes a la inmensa mayoría de los clubes tanto de baloncesto como de otros deportes, han pasado factura. Con dinero, obviamente, todo resulta más sencillo.

Josean Querejeta ha sacado chispas a su modelo de gestión. Ha explotado hasta las máximas consecuencias un mercado reducido, ha inseminado el baskonismo en una de las capitales de provincia en la que, sin duda, más se vive este deporte y ha situado al club azulgrana entre los mejores equipos de Europa. Pero estas tres temporadas de impotencia, de sequía de títulos y finales, han supuesto un duro palo, sobre todo porque las ilusiones han chocado con la cruda realidad imperante. Un equipo que gracias a su buen hacer se convirtió en uno de los dos mejores del panorama nacional la pasada década, se ve ahora desplazado por el talonario.

La instantánea resulta un tanto descorazonadora para los hinchas baskonistas, así como para los de Unicaja o Valencia Basket, pero podría decirse que también para el aficionado al baloncesto en general. La foto se asemeja cada vez más a la del fútbol. El Real Madrid y el Barcelona ya no fichan para la ACB, sino con vistas a la Euroliga, el gran reto para ambos clubes. En un contexto de recesión global, asoman la cabeza con más brillo del que lo han podido hacer cuando las fuerzas (financieras) se antojaban más equilibradas. Así que al resto, incluido el Laboral Kutxa, sólo le queda armar un equipo, un bloque sólido y tirar de talento en la elección para poder soñar siquiera con volver a mirar a los ojos con dos equipos que duplican -cuanto menos- el presupuesto de los otros supuestos gallos del corral de la ACB. El equipo de Laso, brillante campeón, mantendrá en gran medida el bloque. Pero se permite el lujo, porque anda sobrado, de apuntalar la única posición en la que ha generado ciertas dudas. El Barça, por su parte, ha pinchado en hueso hasta el momento en las operaciones que ha intentado cerrar para reconstruir. Pero con dinero, todo es más fácil. Frustrados los fichajes de Spanoulis y Nemanja Bjelica, el combinado catalán tantea a talentos de la talla de Teodosic o Bobby Brown. Al igual que su eterno rival, el club catalán ha llenado los bolsillos de un Joan Creus que al final, casi por fuerza, acabará armando de nuevo un grupo potente y con aspiraciones a ganarlo todo.

El baskonismo se aferra a la figura de Sergio Scariolo y a la palabra de Josean Querejeta, que prometió que iba a configurar una de las mejores plantillas de la historia del club, para soñar con gestas pretéritas, mientras que tanto en Málaga como en Valencia se está trabajando con denuedo en la confección de sendas plantillas que, por el momento, no tienen en absoluto mala pinta. El problema estriba en saber si resultarán suficientes como para plantar cara a los dos clubes futboleros y atenuar en cierta medida el efecto de la brecha presupuestaria, una amenaza de muerte para una competición ya herida.