Si el Baskonia extrajo petróleo de un asalto inaugural en el que contrajo todos los méritos para ser sonrojado por un disciplinado adversario y, sin embargo, arrancó un triunfo milagroso, ayer recibió en La Roca de su propia medicina. Tuvo en su mano la sentencia de la eliminatoria y el billete para una semifinal liguera por décima campaña consecutiva, pero se disfrazó de perdonavidas en una epílogo caótico cuya nefasta gestión le aboca a la moneda al aire del desempate. Sin la crueldad y fatalidad que se cebaron en el Buesa Arena con el Gran Canaria, cuyas limitaciones son inversamente proporcionales a las toneladas de fe que anidan en su diezmado grupo, la tropa alavesa encajó un correctivo impensable a falta de tres minutos para la conclusión. Con 55-64 en el marcador y el CID prácticamente rendido al ejercicio de superioridad azulgrana, sobrevino la drástica rebelión amarilla y el monumental apagón azulgrana para dar paso, en primera instancia, a una prórroga que constituyó el principio del fin y anticipó el desastre.

Un partido dominado con cierta autoridad por el Laboral Kutxa se convirtió, a la postre, en un trago amargo de digerir. Cuando un aseado trabajo por espacio de 37 minutos se tira a la basura de esa manera, surgen preguntas de todo tipo y se cuestionan muchas cosas. La falta de instinto asesino obró la resurrección del anfitrión insular, que remó hasta la extenuación para ver recompensado su titánico esfuerzo. A tenor de lo exhibido por unos y otros en estos dos asaltos, el cuadro adiestrado por Pedro Martínez no hubiese merecido decir adiós por la puerta de atrás al torneo doméstico con un inapelable 0-2. Caprichos del destino, esta vez se invirtieron los papeles en las postrimerías para ahondar en el sufrimiento aterrador de un colectivo incapaz de divisar la luz entre las grisáceas tinieblas que asoman desde la eliminación continental ante el CSKA.

Un clamoroso error de Lampe a un metro del aro, su torpeza a renglón seguido para enviar a Nelson a la línea de personal tras un empujón del polaco en la pelea por el rebote y, para colmo de males, dos tiros libres malogrados por Pleiss, el menos indicado para recibir una falta, condenaron al Baskonia al castigo del desempate. El todavía bisoño alemán, hecho un manojo de nervios, fue engullido en el peor momento por la presión ambiental. Sus errores fueron la gota que colmó el vaso, pero el Gran Canaria nunca debió llegar vivo a la recta final si hubiese imperado algo de cordura.

El Buesa Arena dictará así sentencia en un cruce mucho más igualado de lo que todos barruntaban. Cuarenta minutos que desembocarán en la salvación de una temporada correcta sin más o, en su defecto, un fracaso sin paliativos y la necesidad de hacer limpieza en un equipaje con demasiados bultos sospechosos. El tiempo suplementario ajustició a un conjunto desfondado por el esfuerzo, arrastrado hacia el caos por la lastimosa dirección de Heurtel -impecable hasta ese instante a la hora de alimentar a Pleiss mediante el pick and roll- y lisiado en la zona por la eliminación de sus dos gigantes. En los cinco minutos de propina, el Laboral Kutxa fue una presa demasiado fácil para la solidez canaria. Un triple de Newley certificó el éxtasis en el CID, que durante muchos minutos acarició el cierre de curso ante las rentas próximas a los diez puntos que manejó el forastero vitoriano.

De nada sirvió, a la postre, el nítido dominio tanto en el marcador como en el juego durante tres cuartos largos. Con un baloncesto sobrio y sin estridencias, impulsado por la fortaleza reboteadora y un solvente trabajo defensivo, el cuadro de Tabak siempre mantuvo la delantera. No es que las ventajas fueron concluyentes, pero sí lo suficientemente grandes como para evitar un desenlace tan traumático. Ni la atosigante presión ambiental ni la irrupción del maltrecho Toolson, el anotador local más fiable, dieron alas a un Gran Canaria que se estrelló contra el muro de contención levantado por el técnico croata. Ahora, toca levantarse y encomendarse al hechizo del coliseo de Zurbano para imponer la lógica. Tras el susto de la jornada inaugural, todo el mundo debe estar en alerta y con las orejas tiesas para evitar unas vacaciones prematuras.