Vitoria. Durante las próximas 72 horas, Londres se convierte en la capital mundial del baloncesto. El majestuoso O2, con capacidad para 18.000 espectadores aunque no se llenará ante el flojo ritmo de venta de entradas de las últimas semanas, acogerá la disputa de la Final Four de la Euroliga con la presencia de cuatro clásicos de la canasta que pelearán de forma denodada por el título más codiciado que se pone en juego dentro del Viejo Continente. CSKA y Olympiacos, los últimos finalistas, serán los primeros en abrir el fuego a partir de las 18.00 horas, llegando a continuación (21.00) el plato fuerte de la jornada con la semifinal entre el Barcelona y el Real Madrid, que trasladarán fuera de las fronteras su tradicional rivalidad a nivel doméstico que únicamente se atreve a discutir el Laboral Kutxa.
Al cuadro vitoriano le excluyeron sospechosamente hace unas semanas de la reunión más elitista tres árbitros de infausto recuerdo (el griego Christodoulou, el turco Ankarali y el serbio Vojinovic) que pusieron en bandeja el triunfo al opulento CSKA con un deleznable concierto de pito. De ello se vio favorecido un conjunto ruso que no necesita empujones de ningún tipo para demostrar su superioridad. En Londres, desde luego, comparece como el principal favorito del cuarteto de aspirantes a la gloria y con ánimo de sacarse la espina ante su verdugo de la sorprendente última final celebrada en Estambul.
El Olympiacos más austero, solidario y terrenal de la última década, dirigido por un viejo zorro como Dusan Ivkovic y huérfano de aquellas estrellas galácticas con las que encadenó ridículo tras ridículo a la hora de izar el título, rompió todos los pronósticos tras una apoteósica remontada -llegó a perder por 19 puntos (53-34) en el minuto 28 de partido- coronada con una milagrosa canasta de Giorgios Printezis. Aquella derrota hirió el orgullo y aceleró los cambios en el club del Ejército Rojo, que puso su proyecto en las sabias manos de Ettore Messina con el fin de recuperar su puesto en la cima a la que ya ascendió en los años 2006 y 2008 durante la anterior etapa del transalpino en la capital moscovita.
No parece sencillo que el Olympiacos, por el que pocos apostaban para repetir presencia entre los cuatro primeros tras la marcha del técnico serbio y la llegada de Bartzokas al banquillo, vuelva a sorprender por segundo año consecutivo al gigante rojo. Los pronósticos de la cátedra se decantan hacia un equipo, el ruso, que apenas posee puntos débiles en su granítico entramado. Teodosic, otro de los señalados por su desastrosa gestión de los minutos finales en el Sinan Erdem Arena, encabeza con solvencia un colectivo que delega en el letal Weems la responsabilidad anotadora en el perímetro. Khryapa ha sido reciclado al puesto de tres para dotar de corpulencia y envergadura física a una demarcación fundamental, pero ello no ha menguado la fortaleza interior del CSKA. El cuarteto compuesto por Krstic, Kaun, Erceg y Vorontsevich garantiza dureza, puntos, rebotes e intimidación debajo de los aros.
Las esperanzas helenas volverán a estar centradas en ese mago del balón llamado Spanoulis. Miembro de una generación irrepetible junto a -su hoy adversario- Papaloukas y Diamantidis, atesora tanta calidad que puede desestabilizar por sí mismo cualquier planteamiento. Todo el juego del Olympiacos gravita a su alrededor, aunque en los últimos tiempos viene alzando la voz una estrella en ciernes como Papanikolau. El mérito de los jugadores asentados en El Pireo reside precisamente en su consabida capacidad para funcionar como bloque y ello le faculta para cualquier objetivo.
clásico de color blanco No obstante, la semifinal que concentra toda la atención será la que protagonicen los dos clásicos de la ACB. El Real Madrid parte como favorito ante un Barcelona lastrado por los innumerables problemas físicos de sus grandes baluartes. Al eterno sufrimiento de Navarro para conseguir un mínimo de continuidad y el terrible mazazo que supuso la pérdida de Mickeal tras la recaída de su enfermedad pulmonar, Pascual debe añadir el maltrecho estado de otras piezas relevantes como Joe Ingles, Wallace y, especialmente, el fornido Jawai, cuya presencia es una incógnita tras la rotura parcial de un tendón del pie que sufrió en el último derbi catalán ante el Joventut.
A un gasteiztarra como Pablo Laso se le presenta una oportunidad de oro para plantarse en una final de Euroliga. En el último año y medio, el exbaskonista ha implantado un juego alegre, vistoso y dinámico al frente del Real Madrid que, no obstante, se ha visto obsequiado con un balance escaso en cuanto a títulos. Apenas una Copa del Rey y una Supercopa adornan su palmarés ante el incuestionable hecho de que su equipo se ha arrugado en los momentos calientes como la pasada final ACB. El Barça posee un gen ganador y un espíritu del que su acérrimo rival no ha podido hacer gala, aunque este cita de Londres puede escenificar el cambio de una era. Al Madrid se le viene apreciando desde el arranque de curso más fresco, entero y sólido gracias, en parte, al peligro mortal de su juego exterior, donde la dinamita de Rudy, Llull, Carroll o el Chacho causa estragos. Pero es fácil que en un partido como el de hoy, con tanto en juego, demasiadas emociones y únicamente apto para los más valientes, más de uno sufra el mal de altura y vea encogida su muñeca.
Varias piezas a las órdenes de Xavi Pascual, especialmente Sada y Lorbek, necesitan dar un paso al frente para que su equipo pueda quebrar el pronóstico previo al salto inicial. Navarro, para quien los años no pasan en balde, necesitará que alguno de sus lugartenientes salga del pozo. El endeble juego interior merengue, sostenido la mayoría de las ocasiones por un veterano del Vietnam como Felipe Reyes ante la escasa producción de Begic y Hettsheimeir, se perfila como la principal rendija por la que el Barcelona debe colarse para plantarse en la gran final. De lo que no hay excesivas dudas tampoco es que el ganador saldrá reforzado y el perdedor quedará muy tocado para afrontar la recta final de la Liga Endesa. Un partido, por tanto, sin términos medios que puede encumbrar a la gloria a unos y hundir en la miseria a otros.