Sucedió en Bolonia, tras la victoria en el primer partido de la Copa de Europa ante la Kinder. Era la primera temporada de Dusko Ivanovic en Vitoria. El TAU acababa de imponerse contra todo pronóstico en el Palamalaguti. Un equipo compuesto por algunos de los nombres legendarios que nutren la memoria colectiva del baskonismo -Bennet, Foirest, Stombergas, Scola...- acababa de imponerse al todopoderoso equipo de Ettore Messina, que contaba con los Rigaudeau, Jaric, Ginóbili, Andersen y Smodis, en el primer duelo de un play off final que entonces decidía el título a cinco partidos y a Ivanovic se le antojó darse un homenaje. Un homenaje con whisky.

"Recuerdo que vi el primer partido por la tele y cogí un avión. No tenía ni habitación, así que me tuve que meter en la de mi aita", rememora Joseba Sánchez, hijo del entonces directivo del Baskonia José Luis Sánchez Erauskin Sanchón, que fue uno de los que acabaron con aquella botella. Fue el propio Ivanovic quien convocó al resto. "Recuerdo que nos hizo bajar al bar. Estaban un par de directivos más, mi padre, Josu Larreategi -entonces segundo del montenegrino-, el propio Dusko y yo", continúa la narración. Al llegar el camarero, a Ivanovic no le tembló el pulso. Escogió la marca de whisky más cara. "Era una botella de un precio prohibitivo", recuerda Joseba. Y obviamente, en un club en el que los dispendios se miden con recato monacal, y más por aquel entonces, pronto surgió una voz de la conciencia.

Sanchón puso el freno. "Recuerdo que le dijo que aquella botella no la podíamos pedir. Que eso no lo iba a pagar el Baskonia", relata el hijo del exdirectivo. Obviamente, al final los allí convocados se bebieron esa botella. Y se habrían bebido alguna más de la misma marca si a Ivanovic le hubiera dado por ahí. "Todavía recuerdo la respuesta de Dusko: 'Esta botella la pago yo. Le hemos ganado a la Kinder en su casa y no sé si le podremos ganar alguna vez más', recuerdo que nos dijo. Y por supuesto, nos bebimos la botella", evoca con humor Joseba.

Es sólo una anécdota que resume el carácter del tipo que el domingo abandonó el club por una puerta de atrás que, por méritos, no le correspondía. El entrenador más importante en la historia de la entidad hacía y deshacía en virtud de un carácter que durante muchos años supo inocular a casi todos los jugadores que tuvo a sus órdenes.

En su despedida, los que le conocen recuerdan con cariño la personalidad de un técnico que, como todos, tenía cosas muy buenas y otras no tanto pero que por encima de cualquier otra cosa tenía una manera muy curiosa de imponer su visión. "No recuerdo bien aquella anécdota, pero sí otras muchas", explica Josu Larreategi, una década como asistente en el Baskonia. "Era un tipo duro. Le gustaba que las cosas se hicieran a su modo. Era complicado que un jugador le dijera algo que le hiciera cambiar de opinión", añade el técnico guipuzcoano, que llegó a entablar una relación cercana con un Ivanovic que, sin embargo, siempre se mostró distante con la mayor parte de los que compartieron con él espacio de trabajo. Incluidos los jugadores.

"Era buen tío. Las cosas como son", asegura Javi Buesa, que completó la plantilla del equipo azulgrana en una de las épocas de mayor esplendor, cuando coincidieron en el vestuario del Buesa Arena figuras de la talla de Prigioni, Nocioni, Calderón, Scola o Macijauskas. "Era difícil que un jugador se pudiera hacer amigo suyo. Eso lo llevaba bastante a rajatabla. Marcaba las distancias", reconoce. Aunque, eso sí, también tenía un código de honor del que gozaban todos aquellos que se ganaban su confianza. "En eso no hay dudas. La primera imagen asusta. Llegas al primer entrenamiento y piensas que te va a comer. Pero luego, si haces las cosas como él quiere, respeta mucho a la gente que se gana su confianza", añade Buesa.

Chris Corchiani fue testigo de la dureza inicial del montenegrino. "Teníamos un viaje europeo, no recuerdo a dónde, y nos teníamos que encontrar con Chris, que acababa de fichar, en un aeropuerto para viajar juntos. Dusko no le conocía", evoca Larreategi. Pero le conoció. "Cuando llegó a nosotros y se presentó, Dusko no llegó ni a saludarle. 'Tú estás gordo. No puedes jugar conmigo', le soltó", rememora el que fuera asistente, además de Ivanovic, de Manel Comas, Herb Brown, Julio Lamas, Sergio Scariolo o Salva Maldonado. Algo parecido le regaló en su primer contacto con Vitoria al puertorriqueño Andrés Rodríguez, curiosamente el base que el domingo ofreció un clínic de baloncesto en el partido que supuso el adiós definitivo del preparador balcánico. "Parecía que estaba siempre enfadado, pero no era así", asegura Buesa, aunque en sus años como azulgrana el rictus de Ivanovic llegó a convertirse en motivo de chanza durante las celebraciones. "Sí. Alguna vez nos reíamos. No se relajaba mucho ni cuando habíamos ganado un título. Decíamos: 'Mira, parece que ha sonreído Dusko'", relata el exjugador vitoriano, que ahora ejerce como técnico en las categorías inferiores.

Hay colectivos que, con más o menos razón, siempre se han incluido en el saco de los damnificados. Ivanovic era como era. Los jugadores de color americanos no le acabaron nunca de convencer. Tampoco los periodistas, a los que trató en muchas ocasiones con cierto desdén. Y fuera de Vitoria siempre se ha hecho hincapié en su pésima relación con los árbitros. Pero en esto, como en otros tópicos que rodean su hermética figura, también hay quien se atreve a contrarrestar la primera impresión.

"Era un gran entrenador y sobre todo un gran trabajador", asegura Kiko de la Maza, ahora retirado, pero que en su día ya tuvo que señalarle alguna técnica al eterno sargento de hierro del baskonismo. "Era exigente en todo. Lo era con sus jugadores y también con los árbitros. Pero fuera de todo eso, siempre ha sido un tipo muy correcto con el colectivo", asevera.

El problema con los colegiados, al igual que las decisiones de la directiva, era que escapaban a su gobierno. No pasaba lo mismo con el vestuario, donde sólo se hablaba en castellano. "Obligaba a hablar en castellano a todos. Hablaba en castellano con los yugoslavos y con los franceses, aunque sabía hablar francés. Él era así. Decía que tenían que aprender", señala Larreategi, uno de los que conoció bien a Dusko, alguien a quien le gustaba que las cosas se hicieran a su manera, y que pudo disfrutar aquella botella de whisky en Bolonia.